Isleta del Moro, el verano eterno en Cabo de Gata

 

Isleta del Moro, el verano eterno en Cabo de Gata

Escapada

Entre San José y Las Negras, la presencia de este diminuto pueblo almeriense nos traslada a una postal de verano atemporal

Imagen aérea de la Isleta del Moro, en Almería

Imagen aérea de la Isleta del Moro, en Almería

Getty Images

“Aquí siempre había gallinas sueltas en la explanada, un lavadero a la entrada, secaderos de pescado, especialmente de melva o pulpos, o de algún marrajo, varadero de barcas, un pequeño espigón y en el mar, unas traineras que los nativos llaman barcos, al refugio de los vientos de Levante”.

Si alguien volviera a leer este extracto de Campos de Níjar de Juan Goytisolo delante de la Isleta del Moro hoy mismo, se daría cuenta de que esta pequeña aldea de pescadores continúa siendo prácticamente igual. Como una foto Polaroid, una postal retro de ese verano, de tantos entre calas salpicadas de barcas, cerros de los que brotan chumberas y casas encaladas en cuyos patios, sospecho, hay tendida una cola de sirena.

Si piensas visitar el famoso parque natural de Cabo de Gata en los próximos meses, no puede faltar una parada en la Isleta de Moro, pueblecito de tan solo 141 habitantes ubicado a 10 kilómetros de Las Negras y 11 kilómetros de San José.

Isleta del Moro: espejismo de cal y salitre

Un niño descalzo aguarda junto al espigón, listo para lanzarse al Mediterráneo. Una mujer con un vestido de flores se asoma por la ventanilla asegurando que puede leer el futuro escondido en la palma de mi mano, una antigua cabina de teléfono, tantos aparatos de aire acondicionado erosionados por el salitre y barcas con nombres de viejas amantes tatuados.

Viejas casas de pescadores en la Isleta del Moro

Viejas casas de pescadores en la Isleta del Moro

agracier - NO VIEWS / Wikimedia Commons (CC BY-SA 3.0)

Cuando el coche se adentra en cierto oasis blanquiazul de la costa del parque natural de Cabo de Gata, a muchos nos parece hacerlo en un DeLorean, como el mejor viaje en el tiempo. La Isleta del Moro Arráez debe su nombre a su antigua condición de refugio para los piratas berberiscos, si bien hoy continúa siendo el mejor oasis al que acudir en busca de calma y costumbrismo.

En la Isleta no existe un abecé de lugares turísticos, ni un museo o una fortaleza histórica, pero no es necesario. Aquí la experiencia consiste en perderse entre sus pocas casas encaladas, asomarse al mar que espía desde todos los rincones y sentarse entre esa macedonia de colores que forman las barcas, casi introducidas entre las viviendas a la fuerza por un viejo dios marino.

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No olvides devorar una pizza en el restaurante Isoletta, quizás más de una cerveza en la terraza del mítico bar La Ola, o probar un helado en Helados del Desierto mientras ascendemos al mirador del pueblo. La cala homónima, donde el color ocre de la tierra volcánica acentúa el azul mediterráneo. O sentarse en lo alto de uno de los dos peñones que protegen la bahía, esos dos antiguos huevos moros, como antaño designaban vulgarmente los lugareños a estos acantilados.

Podríamos quedarnos un verano en la Isleta para volver a ser niños y lanzarnos al mar pero, especialmente, convertirlo en el principio de una gran aventura por el icónico Cabo de Gata.

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El Playazo de Rodalquilar. parque Natural de Cabo de Gata, Alemría

Terceros

Un buen puerto en Cabo de Gata

Aunque la Isleta del Moro suele ser una típica parada entre los dos principales bastiones turísticos de Cabo de Gata -los pueblos de San José y Las Negras-, en esta aldea también podemos encontrar algunas opciones de alojamiento y Airbnb. Además, encontrarás servicios de paseos en barco por la costa y otras actividades a disfrutar siguiendo el consejo de ese bar típico llamado Sobre la Marcha. Aquí, la filosofía escapista se refleja hasta en el nombre de sus negocios.

Con la Isleta como puerto base, siempre podemos hacer uso del coche o moto para serpentear a través de los misterios de esta costa ensoñadora. Hacia el norte, nos topamos con el pueblo de Las Negras, antesala a una cala San Pedro donde una comunidad ecológica convive con chambaos que suspiran en el corazón de los acantilados y una espectacular playa cuyo peregrinaje podemos realizar de dos formas: en lancha o bien a pie durante una ruta que no alcanza la hora de duración. A la vuelta, y antes de volver a la Isleta, siempre podemos regalarnos una sesión de esnórquel en El Playazo o merodear por las antiguas minas de alumbre de Rodalquilar.

Si decides partir hacia el sur, el pueblo de San José te estará esperando, precedido por el antiguo cortijo del Fraile

Si decides partir hacia el sur, el pueblo de San José te estará esperando, precedido por el antiguo cortijo del Fraile. Esta antigua vivienda fue escenario del fatídico “crimen de Níjar” que sucedió a la boda entre Casimiro Pérez y Francisca Cañadas, quien huyó con su primo. El suceso acontecido en 1928 inspiraría años después la novela Puñal de Claveles de Carmen de Burgos y la icónica obra Bodas de sangre de Federico García Lorca.

Un lamento que aún flota entre las casas encaladas de San José, su placita mediterránea -¿un cóctel en El Duende? Y tanto pescaíto frito en Casa Miguel-. Placeres sencillos a enlazar con algunas de las mejores playas no solo de Almería, sino quizás de toda Andalucía: la basta y dominguera cala de los Genoveses, la nudista Barronal o la secreta cala Amarilla, accesible a través de la escarpada costa hasta alcanzar un conjunto de cuevas frente a una playa que podría ser solo tuya en pleno mes de agosto.

Faro de Cabo de Gata

Faro de Cabo de Gata

Getty Images/iStockphoto

Y continuar hasta el faro de Cabo de Gata, descifrar los antiguos mensajes de leones marinos que los pescadores confundían con los susurros de mujeres con cola de pez en el arrecife de las Sirenas. Ahí va un flamenco cuyo rosa se confunde con el agua de las salinas, las carreteras agrietadas, la sensación de nostalgia tan propia de los 60.

Pero siempre, la vista de un niño junto al mar en cada pueblo, cada casita blanca. El niño que parece perdido en el tiempo. Ese niño que, en realidad, siempre vuelves a ser cuando llegas a la Isleta.

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