Pueblos recomendados & Comidas

Albarracín (Teruel)***

Hogar de tan solo mil habitantes, esta localidad que en su día fue reino de taifas se encuentra fortificada por una muralla del siglo XI; aún se conservan algunos de sus torreones y las rutas de subida hacia lo alto son más que recomendables, pues se obtiene una maravillosa panorámica del pueblo. Sus muros arropan el conjunto de edificios de interés y casas que parecen asomarse por abruptos precipicios y encierran el entramado de calles adoquinadas. En uno de sus extremos se halla el Castillo de Albarracín, una fortaleza encaramada en lo alto de un peñasco asociada al origen islámico de la ciudad que aún se puede visitar. Más abajo, su plaza Mayor esconde mucho encanto, casi tanto como la Catedral de El Salvador, que data del siglo XVI y fue construida sobre un anterior templo románico o mudéjar.

El telón de fondo es espectacular y el cambio de estaciones surte auténticas maravillas en él. El invierno es de postal, aunque la primavera no se queda corta, y el río Guadalaviar que la rodea tiene parte de culpa. Constituye un fantástico destino para el turismo activo, siendo ideal para la escalada boulder –grandes bloques, sin cuerda– y el senderismo se ajusta a todos los gustos y edades. También se puede disfrutar de turismo gastronómico, ya que en las montañas que lo envuelven se hallan multitud de queserías que producen queso con nombre propio y gran prestigio. Y en busca de platos más contundentes, las migas, el gazpacho serrano y las gachas son unas magníficas apuestas.

 Albarracín  es un pueblo precioso

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Ayllón (Segovia)

Su pasado más remoto lo evidencian los restos celtíberos descubiertos en lo alto de su cerro y, una vez dentro del pueblo, comienza el flashback hacia otros tiempos. Al cruzar el puente medieval se llega al único arco que queda de los tres que tuvo su muralla, uno de los símbolos más característicos de la villa junto con la iglesia románica de San Miguel Arcángel del siglo XII, ubicada en su extraordinaria plaza Mayor y reconocible por su campanario conformado por una única pared y un gran pórtico con rosetones labrados en piedra.

Buitrago de Lozoya (Comunidad de Madrid)

Un río y un recinto amurallado de la época medieval en muy buen estado de conservación dan la bienvenida a todo el que decide adentrarse en esta localidad madrileña. Todo este legado se le debe a Abderramán III quien, con la intención de controlar las rebeliones internas y vigilar las incursiones cristianas a través del Sistema Central, mandó levantar una muralla para reforzar sus fronteras. A día de hoy, esta construcción de 800 m de recorrido y tres puertas de acceso a su interior lo convierte en uno de sus mayores atractivos.

Deià (Mallorca)**

Llegando por la carretera, Deià aparece encaramado en la montaña, con sus casas apiladas, entre el verde propio de un vergel. En 1893, a Santiago Rusiñol el pueblo le pareció como un belén. El famoso pintor y escritor volvió fascinado por el paisaje de la Sierra de Tramuntana. No fue el único. Años más tarde, Deià fue el lugar que escogió Robert Graves para decir adiós a toda una vida anterior. Detrás suyo fueron llegando artistas, escritores, bohemios y, en general, gente que quería vivir en contacto directo con la naturaleza.

Fueron años mágicos, de los que algo queda. Se nota en el ambiente, hay cierta vibración en los detalles y en la decoración de los restaurantes, tiendecitas y hoteles. Hoy la casa de Graves se ha convertido en un museo situado en la carretera. Es la ruta por la que pasan los cicloturistas que disfrutan de las curvas hasta el Cabo de Formentor. Para refrescarse, el pueblo cuenta con una calita de rocas casi secreta equipada con dos chiringuitos.

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Covarrubias (Burgos)

Junto a un meandro del río Arlanza se encuentra esta villa de Burgos, conocida como «la cuna de Castilla» por haber sido uno de los señoríos monásticos más importantes del Reino. En la plaza del Obispo Peña y en la de Doña Sancha se encuentran los mejores ejemplos de edificios agropecuarios típicos de Covarrubias, construidos a base de piedra en la planta baja y con entramados de madera y adobe en los pisos superiores. Los soportales y las balconadas cubiertas que exhiben son una de las particularidades de las casas rachelas que se levantaron en el pueblo durante la Edad Media.

 

Sigüenza (Guadalajara)

Al principio todo es un castillo. Y es que, se llegue por donde se llegue, lo primero que llama la atención son los muros impertérritos de esta enorme construcción hoy transformada en un Parador Nacional que no maquilla su pasado bélico. Aunque las empinadas cuestas que preceden a esta fortificación empujan a lo contrario, conviene ir zigzagueando por las travesañas que comunican la parte alta con la baja de la ciudad. Es la única manera de dar con rinconcitos que son puro Medievo como la Plazuela de la Cárcel, la Puerta del Hierro, el Arco del Portal Mayor o la Casa del Doncel. Y la gravedad acaba guiando los pasos hasta la plaza Mayor, notable por sus dimensiones, por sus soportales y por la sempiterna sombra que proyecta la catedral. 

El caso es que a Bárcena Mayor también se viene a comer. Entre sus casas y balcones floridos se encuentra el restaurante La Solana, cuyo cocido recibió en 2019 el reconocimiento como mejor cocido montañés del año por la prensa de la región. Se sirve en puchero, para servir el plato las veces que guste. Judías y berzas, y esa bomba calórica de tocino, costilla, morcilla y chorizo que en estas tierras se conoce como el “compango” hacen de este plato un auténtico monumento para los sentidos.

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Prades

Por una carretera de bosques de castaños y encinas, las Montañas de Prades y en concreto el pueblo homónimo, se sitúan a unos 40 minutos de Montblanc. En medio de las montañas, Prades se asoma como la ‘villa roja’ por el color rojizo de sus construcciones y como un Bien de Interés Cultural por su conjunto histórico, rodeado por murallas.

Merece una visita especial la ermita de la Abellera, incrustada bajo una cueva en las rocas de la montaña. Y, para acabar y relajarse, en la plaza Mayor uno puede sentarse en una terraza frente la fuente renacentista.

 

Casas Ibáñez

En este pequeño pueblo de Albacete se ubica uno de los restaurantes que más está dando que hablar los últimos meses, Cañitas Maite, ubicado en su hotel homónimo. Javier Sanz y Juan Sahuquillo, finalistas al Premio Cocinero Revelación de Madrid Fusión 2021, son los directores del proyecto gastronómico de este grupo que oferta una propuesta más informal y divertida basada en una carta de barra con una selección de tapas gastro para comer con la mano y su carta de producto, más seria y gastronómica centrada especialmente en los arroces, los mariscos y las carnes a la brasa

Castroverde de los Campos

En el campo amarillo de Antonio Machado, como dice esa canción reivindicativa de La Moda haciendo referencia a la Castilla más deshabitada, se encuentra el pueblo de Castroverde de los Campos (Zamora) que se ha puesto muy, pero que muy, en el mapa gracias al restaurante Lera. Este lugar en el que viven 300 habitantes, Luis Alberto Lera y su padre Cecilio lo han convertido en la meca de la caza menor donde el pichón, es el plato a través del que gira su imaginario. También es fundamental la labor que están realizando en los palomares de la Tierra de Campos, un esfuerzo por recuperar parte de este patrimonio histórico y cultural de la zona que viene de tiempos de los romanos.

Aranda de Duero

Si por algo es conocida Aranda, además de por la imponente Iglesia de Santa María la Real o el Sonorama, es por sus asadores. El lechazo asado en horno de barro es una de las especialidades de esta zona. Un plato tradicional, de técnica aparentemente sencilla, pero difícil de plagiar, cuyo maridaje es inmejorable con los vinos de la Ribera.

Otro de los indispensables es El 51 del Sol, donde David Izquierdo trabaja la cocina de la tierra y el producto con una sintonía que se complementa a la perfección con el espacio, plagado de figuras naturales y de cepas secas en sus mesas. Allí ofrece un menú degustación y una carta de picoteo marcada por la cocina meditada, medida y sin improvisaciones de este cocinero y su tripulación.

Torrenueva

Javier Aranda ha puesto este pequeño pueblo de Ciudad Real en el mapa gastronómico español. Igual que lo ha hecho el inmenso hotel La Caminera, un paraíso para los amantes del golf y el cuidado personal, los que busquen un espacio en el que esconderse del mundo y los que quieran disfrutar de una auténtica experiencia gastronómica de la tierra. En Retama, galardonado en 2020 con una estrella Michelín, Aranda trabaja con el producto manchego y antepone los guisos y las tradiciones por encima de la modernidad. Una visión vanguardista en homenaje a sus raíces.

Peñafiel

Esta villa histórica, que se encuentra estratégicamente situada en el centro de su comarca, debe su nombre a la peña sobre la que se sitúa su castillo. Sus alrededores son conocidos por estar llenos de bodegas más y menos conocidas, pertenecientes a la Denominación de Origen Ribera del Duero como Pago de Carraovejas, Pesquera o Protos. Pero aquí también tiene importancia la gastronomía, porque Peñafiel cuenta con su propia estrella Michelín del restaurante Amvibium, donde Cristobal Muñoz homenajea al producto local y a la viticultura de la zona. Una visita indispensable para todo el que pase por allí, junto con la Plaza del Coso -en el centro de la villa-, llamativa por estar cubierta de albero y por convertirse durante las fiestas de San Roque en los asientos más privilegiados para disfrutar de sus corridas de toros.

MIRAVET

Ubicado en un peñasco junto al Ebro, el pueblo de Miravet se eleva con su belleza por encima de los 120 metros de altitud sobre el nivel del mar. Forma parte de la Ruta Domus Templi, que recorre el trayecto que hacían los Caballeros Templarios (desde Aragón hasta Valencia), y jugó un papel muy relevante en historia de la Península por su cercanía con el río.

Altafulla *

El encantador pueblo costero de Altafulla tiene dos partes bien diferenciadas. Por un lado, su zona de playa, el Barri de les botigues (tiendas) con un paseo en el que se alinean antiguos almacenes y negocios de pescadores reconvertidos en casas.

Por el otro, en la parte más elevada de la localidad, se halla el Castillo de Altafulla, una estructura del siglo XVII bien conservada y circundada por un casco antiguo, la Vila Closa, declarado Conjunto Histórico Artístico de Interés Nacional y repleto de calles estrechas y empedradas, casas de época y una atmósfera medieval encantadora. Otros puntos de interés que visitar son la villa romana de Els Munts, Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, y la Ermita de Sant Antoni

Porrera

La comarca del Priorat esconde joyas como la de esta pequeña villa de menos de 500 habitantes, que perteneció a Siurana hasta el siglo XII, cuando pasó a ser propiedad de la Cartuja de Escaladei, que le sometió a grandes exigencias económicas. Su levantamiento, por el cual se fortificó con castillo y murallas la localidad en el siglo XIII y diversos enfrentamientos contra la realeza le hizo ganarse el sobrenombre de ‘la población más revoltosa de Cataluña’.

Porrera fue paso obligatorio de aquellos comerciantes que se dirigían a Reus. Esto, sumado a su cultivo de viña, hizo que viviera una gran época de crecimiento en el siglo XVIII. En una visita a Porrera no puede faltar un paseo por sus calles adoquinadas para descubrir su gran cantidad de relojes de sol en sus fachadas, la iglesia parroquial de estilo neoclásico o la ermita de Sant Antoni Abat. Las casas solariegas, los arcos de algunas de sus calles y la imagen del río que la cruza merecen una excursión.

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Deltebre ***

Siguiendo el Ebro hasta casi unirse con el Mediterráneo se encuentra la localidad de Deltebre. Ser uno de los mejores enclaves para la pesca en este mar no es un punto que pase desapercibido en las cocinas de este pequeño pueblo, cuyas tradiciones y forma de vida están marcadas por el entorno de arrozales de donde sale un producto con DOP.

Alcachofas, pato, anguila, ostra, cangrejo azul… el mar, la huerta y los humedales cercanos también se muestran en los platos de sus restaurantes, en muchas ocasiones mimetizados en las míticas barracas que se diseminan por la desembocadura. Uno de ellos es el Ladis Alcalà, con un recetario propio del lugar que se cocina al fuego de la brasa, potenciando el producto autóctono y sacándole su máximo partido.

Casa Nuri, cerca de la Isla de Buda, va más allá de la experiencia gastronómica donde las lubinas, los suquets y las parrilladas – sin obviar nunca el arroz – dibujan un cuadro del paisaje en boca del visitante.

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Ezcaray (La Rioja)**

Al sureste de la región, justo donde La Rioja parece esconderse entre montañas, asoma este coqueto pueblo a orillas del río Oja. Un municipio con mucha historia, tal y como atestiguan sus abundantes edificios palaciegos y señoriales y sus bellas plazuelas porticadas. En el siglo XVI, Ezcaray se convirtió en un destino importante marcado por sus talleres de manufactura lanera y su Real Fábrica de Paños, convertida ahora en Ayuntamiento y albergue. Una actividad que, a día de hoy, sigue siendo un reclamo para algunas de las marcas de moda más conocidas en todo el mundo, pues allí se elaboran artesanalmente mantas, bufandas, chales y pañuelos para firmas como Loewe, Carolina Herrera o Hermès.

Su centro histórico destaca por la plaza de la Verdura y la del Quiosco (donde se ubica el palacio del Arzobispo Barroeta), epicentros de la vida social. Es una visita imprescindible la Parroquia de Santa María la Mayor, ejemplo único de estilo gótico aragonés en La Rioja. En términos de gastronomía, destaca El Portal del Echaurre, dos estrellas Michelin.

 

Horta de Sant Joan (Tarragona)

Picasso transformó en una composición cubista la colina por la que se encaraman las casas de Horta de Sant Joan. Si Picasso volviera hoy apenas descubriría cambios. La plaza por­ticada de la iglesia conserva la calma de siempre, con su templo del siglo XIII ampliado en el XVIII y el Ayuntamiento renacentista. Las calles, estrechas y empinadas, conservan el trazado medieval y las señoriales Casa Pessetes, Casa Clúa o casa Pitarch y la Casa del Delme –residencia del cobrador de impuestos en la época hospitalaria–, o la que hoy aloja el Centro Picasso y el Ecomuseo del parque de El Ports.

Horta de Sant Joan estuvo bajo dominio templario y después hospitalario tras la reconquista del territorio a los musulmanes en el siglo XII. Su influencia no solo se notó en la legislación local –se guardan documentos de 1296– sino también en la sobriedad y el aspecto fortificado de la iglesia de Sant Joan, del convento dels Àngels y de la torre del Prior, estos dos últimos en las afueras. Hacia 1570, el estilo renacentista aportó a las fachadas pórticos y ventanales con arcos como los del Ayuntamiento o Casa de la Vila.

Tazones (Asturias)**

Los barcos pesqueros que llegan al puerto de Tazones cada mañana revelan una historia íntimamente ligada al mar. Les da la bienvenida a tierra firme un puerto arropado entre pliegues caprichosos de la roca, junto al que se ubican la cofradía y varias instalaciones marineras. Desde aquí, se percibe un pueblo colorista y prácticamente simétrico que cae suavemente al mar dibujando una red de callejuelas. Por su vía principal se respira el olor a pescado y marisco que emerge del puerto y de todos los locales gastronómicos que la flanquean. Poco a poco, toma el relevo el olor a sidra que emerge de los chigres, los establecimientos por excelencia donde probar esta bebida tradicional asturiana.

Haría (Lanzarote)

La forma más espectacular de llegar a Haría es desde el sur, por la carretera que parte de Teguise. La ruta gana altura progresivamente, hasta que de pronto se asoma al valle de Malpaso. Antes de descender, encadenando cinco curvas de herradura, conviene detenerse en el Mirador de los Helechos para contemplar un bucólico paisaje que ya no se olvida: el Valle de las Mil Palmeras. El mayor oasis de palmeras canarias envuelve las casas encaladas de los pueblos de Haría y Máguez. Al norte se eleva La Corona (609 m), un volcán de formas perfectas, en cuya cueva de 6 km con forma de túnel se ocultaba la población de los piratas, y donde hoy pueden visitarse los Jameos del Agua y la Cueva de los Verdes, dos grandes hitos del norte de la isla.

Frías (Burgos)

Su imponente silueta es fácilmente reconocible gracias a la fortaleza que la culmina, el Castillo de los Duques de Frías o Castillo de Velasco. Una construcción del siglo XII de gran valor estratégico, realizada sobre el cerro de La Muela y que fue ampliándose en los siglos posteriores. Este bastión se completaba con una muralla que rodeaba la villa en lo alto y otra más baja que pasaba frente a las casas construidas en la roca. Unos vestigios que todavía se pueden apreciar en sus tres accesos: la Puerta de Medina, la del Postigo y de La Cadena.

Altea (Alicante)*

Bajo los primeros rayos de sol, Altea se levanta con el graznar de las gaviotas, acompañadas fielmente por unos barcos que duermen en el puerto y otros que, desvelados en la lejanía, recuerdan que este pueblo alicantino una vez fue de pescadores y de labradores. Hasta hace poco, la calle del Sol todavía olía a pescado y a saladura, y de las puertas colgaban cortinas negras, indicando que se estaba en el barrio marinero. Ahora, esta calle se enfila por el barrio de El Fornet, con sus callejuelas empedradas y sus casas blancas engalanadas con la algarabía cromática de geranios, jazmines y buganvillas.

Betancuria (Fuerteventura)

Que el pueblo más bello de la isla sea el más vacío explica los cambios acaecidos desde que en 1404 Jean de Bethencourt y Gadifer de la Salle establecieron aquí la capital de la tierra que estaban conquistando (actualmente, la capital de Fuerteventura es Puerto del Rosario). Solo el interior proporcionaba seguridad, pues la costa –la isla cuenta con 325 km de litoral, de los que nada menos que 77 corresponden a playas– era una fuente de peligros. Por ella irrumpían los piratas –África se halla a 100 km– y las incursiones esclavistas.

Zuheros (Córdoba)

El entorno natural es el mejor aliado de Zuheros que, a caballo entre el Parque Natural de la Sierra Subbética y la campiña cordobesa, emerge del mar de olivos que se extiende a sus pies. Una ubicación privilegiada que ya desde el neolítico abrigó a sus pobladores y durante la época musulmana supo adaptarse con creces a sus necesidades. Su legado se palpa entre las casas revestidas de cal, las calles repletas de recovecos y curvas y el castillo que las cobija.

Liérganes (Cantabria)*

Este municipio de poco más de 2000 habitantes conserva un centro histórico bellísimo, declarado Conjunto de Interés Histórico-Artístico nacional en 1978, de esos en los que es agradable deambular tranquilamente. La riqueza monumental de su patrimonio se debe en gran parte a que Liérganes fue un importante centro industrial que se desarrolló alrededor de la Real Fábrica de Artillería desde el siglo XVII. La fábrica se nutría del combustible aportado por los bosques de la zona y de la energía del río.

Guadix (Granada)

Sorprende que a solo 40 km de Granada se extienda el territorio con la mayor concentración en Europa de viviendas trogloditas habitadas. Se trata de la comarca de Guadix, situada en un extenso altiplano a 1000 m de altitud, en el declive norte de Sierra Nevada. Solo en la ciudad, más de dos mil casas-cueva albergan a la mitad de la población. Asomados al mirador Padre Poveda en Guadix, rodea un escenario de casas con puertas y chimeneas encaladas donde no existen las ventanas, por lo que es fácil adivinar que se adentran en la tierra.

Ayna (Albacete)

En la profunda garganta tallada por el río Mundo, las imponentes paredes de la Sierra del Segura acogen con su vertiginosa altura el pueblo manchego de Ayna. Son los mismos muros de roca que han obligado a sus habitantes, desde siglos atrás, a cultivar la tierra en terrazas, moldeando la montaña con la acción humana. La panorámica del pueblo agarrado a la falda del monte San Urbán se contempla a la perfección desde el Mirador del Diablo.

Zahara de la Sierra (Cádiz)

Pinceladas sueltas de verdes, pardos y blancos colorean el lienzo que conforma el embalse Zahara-El Gastor a los pies de este pueblo gaditano. Visible desde sus aledaños y desde las balconadas de sus callejuelas, el trazo impresionista refleja en el agua una colmena de casas blancas encaramadas en la ladera de la sierra del Jaral. Construcciones que reposan al abrigo de la torre del Homenaje que, junto a algunos tramos de muralla, conforman la herencia de la antigua fortaleza nazarí.

Pollença (Mallorca)**

Que todo un paisajista como el pintor Joaquín Sorolla se paseara por este pueblo certifica que Pollença tiene lo necesario para acabar perdidamente enamorado del lugar, aunque sea mientras se suben los 365 peldaños empinados y seguidos del Calvario, su monumento de referencia. Sirva de consuelo que más de un pintor lo subió cargado con caballete y que las vistas desde arriba forman un magnífico punto de fuga con toda la escalera y sus cipreses, y con las montañas detrás como telón de fondo. Hoy se puede acceder también en coche, pero entonces la experiencia pierde épica.

Olivenza (Badajoz)

Al poner un pie en Olivenza, el viajero se ve rodeado de aires lusos que, con el paso del tiempo en territorio castellano, han creado  una seductora mezcla. Además de esa cercanía con el país vecino, gran parte de la historia de esta localidad extremeña está dividida entre ambos lados de la frontera, desde antaño claramente marcada por las aguas del Guadiana. Los edificios de baja altura, los adoquines blancos y negros en el suelo de las calles y la icónica iglesia de Santa María Magdalena, con su impresionante interior decorado con azulejos conforman la herencia portuguesa más palpable.

Campo de Criptana (Ciudad Real)

Los gigantes a los que Don Quijote acometió lanza en ristre perfilan el paisaje de Campo de Criptana. Declarados Bien de Interés Cultural, los diez molinos que perviven, de los 34 que llegaron a existir, se alzan sobre el Cerro de la Paz, fueron un avance tecnológico en tiempos de Cervantes y han sido vitales para el desarrollo de la comarca al permitir la molienda del grano

Besalú (Gerona)**

Besalú puede presumir de ilustre pasado. Su monumento y acceso peatonal más evocador es el puente románico fortificado sobre el río Fluvià, símbolo de la que fue la capital de un próspero condado en el siglo XI. A pie por el puente, dos torres de defensa dan acceso a este conjunto medieval, uno de los mejor preservados de Cataluña.

Valldemossa (Mallorca)**

George Sand y su amante Frédéric Chopin llegaron a bordo del vapor El Mallorquín a Mallorca en noviembre de 1838. No viajaban para hacer de turismo, sino buscando un lugar saludable para la tuberculosis de Chopin. Se alojaron en la cartuja de Valldemossa y como era de esperar, no acabaron de encajar entre los habitantes, para nada acostumbrados a las prácticas «modernas» de la pareja. A partir de aquellas vivencias, George Sand escribió Un invierno en Mallorca, un libro en el que los lugareños salían peor parados que el paisaje; pero aquello se convirtió en un bestseller que atrajo a muchos otros viajeros románticos que querían ver con sus propios ojos lo descrito por la novelista francesa.

Lastres (Asturias)**

La brisa marina entra por el puerto, se cuela entre las estrechas calles del núcleo urbano, trepa por las empinadas y adoquinadas cuestas y asciende hasta la parte alta de esta villa. Desde allí, el mirador de San Roque ofrece unas espléndidas vistas al Cantábrico. Precisamente a este mar debe casi toda su historia y esplendor Lastres, pueblo pesquero por excelencia. Un espigón de 55 m protege del embate marino un puerto que es referencia en la región, cuya actividad encuentra el momento cumbre en la subasta diaria que tiene lugar en la lonja. Antiguamente el fortín de El Castillo, del que hoy solo se conservan algunos restos, actuaba como defensa contra los ataques piratas

Mogarraz (Salamanca)

A finales de los años 60, Alejandro Martín, alcalde de esta localidad salmantina, creó un archivo fotográfico de todos los vecinos del pueblo que no habían emigrado a la ciudad, en una época en que la industrialización tomaba el protagonismo frente a la vida rural. El objetivo era que estos pudieran formalizar su documento de identidad. Pocos podían imaginar que, 50 años más tarde, aquel archivo convertiría a Mogarraz en «el pueblo de las mil caras» gracias a la obra de un artista local. Florencio Maíllo recuperó las fotografías del antiguo alcalde y las reprodujo a gran tamaño, fijándolas en las fachadas donde vivían sus antiguos propietarios.

Bandujo (Asturias)

El perfil de la aldea asturiana de Bandujo asoma en un rincón del Valle del Oso, rodeada por la imponente visión de las cumbres de escarpadas montañas como el pico Gorrión, ubicado en la sierra del mismo nombre. Este valle es uno de los destinos predilectos de los visitantes, con la Senda del Oso como principal referente, sin embargo todavía se encuentran pequeñas joyas como Banduxu -en asturiano-, apartadas de las rutas turísticas más populares.

Calatañazor (Soria)

En lo alto del cerro que domina la vega del río Abión y rodeada por una fortaleza que es, a su vez, su seña de identidad, se encuentra esta pequeña villa soriana de origen medieval. Sus calles empinadas y pedregosas transportan al viajero hasta el siglo X, cuando Calatañazor alcanzó la fama en plena Reconquista. En este enclave que separaba la España cristiana de la musulmana fue donde los sorianos vencieron al caudillo al-Mansür bi-llah (el Victorioso), castellanizado como Almanzor, en el año 1002.

Olvera (Cádiz)

En las tierras gaditanas donde ondula el horizonte, se despliegan los campos de olivos y las laderas se tiñen discretamente de blanco, emergen el monumental castillo de Olvera y la iglesia de Nuestra Señora de la Encarnación. Ambos resguardan una mole de luz a 640 m sobre el nivel del mar, haciendo de Olvera un excelente mirador de la Sierra de Cádiz. En el primitivo casco de la ciudad se asienta el barrio de la Villa, con un característico trazado laberíntico y lienzos de muralla que recuerdan su pasado andalusí. De la plaza del Ayuntamiento se puede salir por un arco pegado a la calle Calzada, que conduce por una rampa escalonada hasta la amplia plaza de la iglesia. A un lado, Nuestra Señora de la Encarnación, al otro, el castillo y, en medio, un mar de sierras y campos de olivos que producen el aceite Denominación de Origen Sierra de Cádiz.

Castrillo de los Polvazares (León)

El verde de puertas y ventanas y un marrón rojizo presente en los muros de las casas contrasta con el cielo azul y otorga a esta localidad la aparente condición de haberse detenido en el tiempo. Situada en la comarca de la Maragatería, sus calles empedradas de acabado irregular interpelan al visitante desde otra época, aquella en la que los arrieros eran los habituales del lugar. Hoy siguen llegando hasta aquí peregrinos del Camino de Santiago buscando un descanso antes de emprender las etapas finales. El trazado original discurre por el puente viejo y sigue por la calle Real, descubriendo un auténtico pueblo maragato.

Laguardia (Álava)

Sucede que cuando la retina se va aproximando a la capital de Rioja Alavesa, por la cabeza pasan muchos conceptos: el vino, la loma, las bodegas modernas que asoman en sus pagos e, incluso, el desafío que plantean sus campanarios a la Sierra de Cantabria. Y sin embargo, cuando se deja el coche, el modo de empleo de esta localidad se torna medieval. Para entrar a su almendra central hay que hacerlo a través de sus accesos fortificados y entonces todo se vuelve de piedra. Esta metamorfosis se produce en cualquiera de sus puertas, siendo la de Carnicerías la más concurrida por conectar el siglo XXI con la Plaza Mayor.

 

Combarro (Pontevedra)

Piedra gris del granito con toques de líquenes, las maderas pintadas, el olor a mar, a campo, a pulpo a feira y a crema de orujo…  el conjunto histórico de Combarro, declarado Bien de Interés Cultural, es una suma de sensaciones. Como buena villa marinera, la plaza de Chousa junto al puerto es el punto de partida. Allí se verán los primeros hórreos de Cambados. Lo singular es que la mayoría están tan cerca del agua que sus pilares llegan a cubrirse con la marea alta, casi como si fueran a zarpar en cualquier momento.

La rúa do Mar es la calle más popular y pintoresca del conjunto histórico. Es la máxima apoteosis del hórreo gallego, con el mayor número de estos y los más hermosos. A un lado, estos almacenes elevados sobre pilones de granito; al otro, las tiendecitas de recuerdos y las tabernas marineras con buenas vistas y mejores manjares, en forma de pulpo a feira, mejillones, almejas o zamburiñas acompañando un xato de vino blanco. El paseo continúa hasta la plaza de la Fuente y, finalmente, desemboca en la playa de Padrón.

Alquézar (Huesca)*

Alquézar mantiene el equilibrio al filo del barranco del río Vero, mientras por el otro lado se extienden olivares y viñedos de la D.O. Somontano que aún beben de acequias de origen musulmán. Al franquear el arco que da paso al núcleo medieval –la única de las cuatro puertas que quedan– conviene estar pendiente de los detalles para descubrir blasones en los dinteles, o pasajes cubiertos que saltan sobre las calles, o bares con terrazas asomadas al vertiginoso barranco del río Vero. 

Roda de Isábena (Huesca)

El eslógan aquí está claro: Roda de Isábena es la localidad con sede catedralicia más pequeña de España. Y los datos lo avalan, ya que según el INE, actualmente viven aquí 49 habitantes. Una población que se multiplica los fines de semana y en verano, sobre todo a las horas en las que se programan las visitas guiadas a la Catedral de San Vicente. Una experiencia que merece mucho la pena, ya que es la única manera de descubrir su sorprendente cripta románica que, al no poder ser excavada por la dureza del terreno, se tuvo que levantar al mismo nivel del suelo, obligando a colocar el altar encima de esta, a una altura superior.

San Vicente de la Sonsierra (La Rioja)

Geográficamente, San Vicente de la Sonsierra desafía a la lógica por estar en suelo riojano, pero en ribera alavesa. Por eso extraña la ausencia de un ongi etorri cuando se cruza el viaducto moderno que atraviesa el Ebro en paralelo al antiguo puente medieval. He aquí la primera imagen idílica del pueblo. Una instantánea en contrapicado con la sierra de Cantabria como telón de fondo que se conquista en sus calles. Paseando por ellas se disfruta de un maridaje perfecto de restos medievales, bodegas y bares de vinos.

Peñíscola (Castellón)*

Visto desde el mar, el núcleo antiguo de Peñíscola parece un islote. Y lo fue en el pasado, cuando los temporales borraban la estrecha franja de arena que lo conectaba con tierra firme. Desde lo alto de la peña sobre la que se erige la ciudad, el castillo templario domina la bahía de Peñíscola y el horizonte azul. Construida entre 1294 y 1307, esta fortaleza fue la residencia y biblioteca extraordinaria del papa Luna –Benedicto XIII por la Iglesia de Aviñón–, desde 1411 hasta su muerte en 1423.

Ochagavía (Navarra)**

A vista de águila, Ochagavía parece un pequeño embalse de tejados marrones y fachadas blancas estancado en un valle de verdes pinos y hayas. Ya a pie de calle se confirman la sospechas: este pueblo es la postal perfecta que sintetiza el Pirineo navarro. La ermita románica de Muskilda del siglo XII, a la que se asciende en una caminata de 4 km, parece contemplar, indulgente, la belleza del pueblo que, cada 8 de septiembre, celebra una romería en su honor. Pocos días antes, la villa entera se transforma. En lo que parece un auténtico viaje en el tiempo, sus habitantes convenientemente ataviados reproducen oficios desaparecidos y el estilo de vida que se llevaba en estas calles un siglo atrás. 

Situada a escasos kilómetros de la frontera francesa, las empinadas calles de esta localidad navarra ponen a prueba las piernas de cualquier visitante que se aventure a descubrir el centro histórico, entre el que se encuentran palacios medievales y casas blasonadas. Como si de un espejo se tratara, el río Anduña devuelve la imagen de las viviendas tradicionales que caracterizan Ochagavía. Y su topónimo también refleja la naturaleza y el entorno salvaje entre el que esta villa ha prosperado: Otsa-gabia, nido de lobos.

Comillas (Cantabria)*

La hermosa Comillas es el resultado del sueño cumplido de algunos indianos que, al regresar de América con fortuna, se dedicaron a embellecer su lugar de origen. Uno de los artífices de su embellecimiento fue el indiano Antonio López del Piélago. Entre sus encargos se hallaba el Seminario de Comillas (1881), que llegó a ser Universidad Pontificia. En este edificio magnífico, que despunta sobre la colina que preside el pueblo, arquitectos de moda por entonces como Joan Martorell y Lluís Domènech mezclaron estilos de todas las épocas. 

Pero si por algo es conocida Comillas es por El Capricho de Antoni Gaudí. En 1883, Máximo Díaz de Quijano, otro indiano enriquecido, encargó al arquitecto catalán una villa de veraneo. El resultado fue este famoso edificio con torres de  minaretes. Además de la visita a estos edificios, Comillas bien vale un paseo por sus calles empedradas, por ejemplo hacia la Plaza el Corro de Campíos o hacia la de los Tres Caños, rodeadas de casas solariegas y mesones, o hasta su propia playa, de arena fina y dorada.

Tejeda (Gran Canaria)

La imponente caldera de Tejeda tiene unos 15 km de diámetro y se formó por hundimiento del terreno, en el que la erosión labró luego profundos barrancos. En ese telón de crestas desmanteladas sobresalen hoy dos monolitos de basalto que desafían la verticalidad y que constituyeron enclaves sagrados para los isleños. Se trata del Roque Nublo (1813 m) y el Roque Bentayga (1404), que se alzan al sur y al sudoeste de Tejeda respectivamente.

Alcalá del Júcar (Albacete)

Surcada por el cauce de los ríos Júcar y Cabriel, la comarca de La Manchuela, en la provincia de Albacete, exhibe un aspecto diferente al resto de la comunidad. Los ríos han modelado el paisaje creando un juego de contrastes que se mueve entre los desniveles de los valles y las planicies del llano. En un meandro del río se asienta Alcalá del Júcar, un puñado de casas coronadas por tejados anaranjados que se agrupan en la ladera de la peña sobre la que los almohades construyeron un castillo en el siglo XII

Bárcena Mayor (Cantabria)***

Ubicado en el corazón del Parque Natural Saja-Besaya, el pueblo de Bárcena Mayor presume de ser uno de los caseríos más antiguos de Cantabria y de España. En el mapa apenas es un rectángulo de casas apiñadas. Construcciones de sillería, con sus tejados rojos y sus mamposterías típicas dan la bienvenida. Sencillez montañesa, pero de tanta perfección y esmero que le valió la declaración como Conjunto Histórico-Artístico en 1979.

Sus calles empedradas, los artesanos que trabajan el mimbre y la madera, las casonas solariegas con balcones con geranios y soportales donde aún se guarda la leña para el invierno, la sonoridad del río Argoza acompañando el paseo, el lavadero que parece salir de otro tiempo ya pasado y un entorno natural de gran belleza son méritos más que suficientes para dedicarle a Bárcena Mayor una jornada completa. No hay que dejar de entrar en la iglesia de Santa María, donde aguarda un tesoro en forma de bello retablo barroco. Y, por supuesto, no es menor la fama de su gastronomía, con un buen cocido montañés como estrella rutilante en toda mesa.

Trujillo (Cáceres)

Su origen hay que buscarlo en el asentamiento primitivo de Turgalium y su disposición actual en un pasado dividido en dos sectores: el de origen árabe, que conforma la villa medieval, y el esplendor de la ciudad correspondiente a los siglos XV y XVI, motivado por su importante papel en el descubrimiento de América.

Cardona (Barcelona)*

Cuentan que cuando le mos­traron las imágenes del castillo de Cardona, Orson Welles no lo dudó. Aquella fortaleza de gruesas murallas y baluartes poderosos sobre el cerro del valle del río Cardener le pareció perfecta para rodar Campanadas a medianoche, ambientada en la Inglaterra del siglo XV. Hoy es un Parador Nacional que sigue transportando al viajero a otros tiempos. De estilo románico y gótico, es uno de los mayores castillos de Cataluña. 

Cardona creció alrededor de un enorme domo subterráneo de sal sódica y potásica que fascinó en su día a Marco Porcio Catón por crecer a medida que se extraía sal. Hoy, el Parque Cultural de la Montaña de Sal propone un recorrido por las antiguas instalaciones y permite internarse a 86 m de profundidad, al encuentro del espectáculo geológico de la sal cristalizada. Los portales de las casas nobiliarias del centro histórico son representativas de la bonanza que vivió la localidad gracias al tesoro salado.

Pampaneira (Granada)

Precediendo a sus vecinos Bubión y Capileira y en pleno corazón de la Alpujarra, Pampaneira dibuja una postal de casas blancas con sus terraos grises, chimeneas de sombrilla y balcones floreados. Desde dentro, el protagonista sigue siendo el blanco, que serpentea y se amolda al desnivel de unas callejuelas que ponen a prueba el físico de los visitantes con sus subidas y bajadas. Otra recompensa son algunas de sus numerosas fuentes conocidas por sus aguas medicinales y que, junto a los lavaderos, narran su pasado morisco.

Morella (Castellón)**

Cuando el escritor Vicent Andrés Estellés describió Morella lo hizo con la piedra como motivo central. Aparece insistente entre los versos de Document de Morella haciendo honor a su ubicación a los pies del Parque Natural dels Ports, al promontorio en el cual reposa, a su castillo y a sus impresionantes murallas. Con casi dos kilómetros de baluarte, dieciséis torres y seis portales, no cabe duda de que este pueblo del Maestrazgo es un enclave especial. Ya lo fue para los primeros pobladores que pasaron por aquí y en sus faldas pintaron escenas de caza rindiendo culto a la vida, en lo que hoy son las pinturas rupestres de Morella La Vella. Más tarde, los íberos se asentaron en el cerro, donde se escucha el eco de los romanos y de Hispania, de Al-Andalus y las taifas, de la Corona de Aragón y los templarios, de pugnas dinásticas, revoluciones, invasiones y guerras.

Bocairent (Valencia)

Habitado desde el Neolítico, fueron los árabes quienes aportaron a Bocairent su peculiar entramado urbano de callejuelas y casas encaramadas. En lo alto erigieron una fortaleza árabe, sobre la cual en el siglo XVIII se estableció la actual parroquia de Nuestra Señora de la Asunción, que aparece imponente al final de la calle de la Abadía. Un edificio anexo da la bienvenida al Museo Arqueológico municipal con una clase de historia que va desde el Paleolítico superior hasta la Edad Media. Bien cerca, la plaza del Ayuntamiento da inicio a la conocida Ruta Mágica, que recorre todo el perímetro del casco histórico en un juego de a dos con el visitante.

Cambados (Pontevedra)

Las miradas en Cambados se concentran en la Torre de San Sadurniño y en Santa Mariña de Dozo. Sus vestigios son sutiles, evocan más que muestran. De igual forma ocurre con los vinos albariños de la región, que más que mostrar, evocan tierra y paisaje. El Mirador Monte da Pastora confirma la privilegiada ubicación de Cambados junto a la ría de Arousa. A la izquierda, más allá de la desembocadura del río Umia, incluso se divisa la isla de La Toja y el puerto de O Grove. A pocos metros del mirador se halla el espectáculo de Santa Mariña Dozo, una construcción de estilo gótico marinero que es una de las ruinas más fotogénicas de España. 

La villa se ve en el plano como una constelación formada por tres estrellas: Fefiñáns, Cambados y Santo Tomé, núcleos originales que se unieron. Destaca la calidad de su arquitectura y un considerable número de pazos, como el de Torrado –hoy museo–, uno de los mejores ejemplos de arquitectura civil del siglo XVIII, o el Pazo de Bazán, que perteneció a los antepasados de la escritora Emilia Pardo Bazán y que desde 1966 es el Parador de Cambados. Otro de los platos fuertes lo sirve la Plaza de Fefiñanes, dicen que la segunda más bella de Galicia, después de la compostelana.

 

Calella de Palafrugell (Gerona)**

Este enclave marinero se sitúa a 3,5 km de Palafrugell, del que en su origen no era más que un barrio de pescadores, con sus casitas agrupadas frente al mar y protegidas desde una loma por la blanca iglesia de Sant Pere. Desde varios miradores anclados en la costa se contempla la sucesión de calas separadas por suaves elevaciones rocosas que penetran en el mar: El Golfet, Els Canyers, Port Pelegrí, La Platgeta, Calau, Port Bo, Malaespina y Canadell, siempre con los islotes de las Formigues en el horizonte.

 

Llera

Es la mantequilla y leche, derramadas casi por los valles pasiegos, los que justifican que Cantabria sea tierra de natas y de dulces cremosos, mimados en hornos tradicionales como los de Sobaos El Macho, uno de los grandes nombres de la repostería cántabra. Aquí también se puede dar cuenta de sus quesadas, la otra mitad de un binomio dulce que convierte cualquier expedición a Cantabria en un paraíso dulce que solo pide un café como compañía.

Arce

A El Nuevo Molino, otra de las vibrantes Estrellas Michelin de Cantabria, se puede ir por muchas razones. Su devoción por la vaca tudanca bien merece el asalto, pero no se quedan atrás sus rabas, aunque no estemos a pie de puerto, que valen adentrarse tierra a dentro para comprobar su tersura, su sutil punto y la finura del rebozado que convierten en imposible comerse solo una.

Entrambasaguas

En cabeza de carrera, si de Estrellas Michelin hablamos, van en cabeza en La Bicicleta, con la poderosa pedalada gastronómica del chef Eduardo Quintana. Forjado en las cocinas de Zuberoa, Quintana apostó en 2011 por reivindicar una conexión vascocántabra de altos vuelos en Hoznayo, una pequeña parroquia dentro de este municipio. Reforzado también por una Estrella Verde, que premia una cocina sostenible, La Bicicleta apuesta por el producto local y por la huerta como valores añadidos de un restaurante imprescindible para conocer el despliegue ‘estelar’ cántabro.

San Vicente de la Barquera*

Primo hermano del marmitako vasco y de la marmita asturiana, el sorropotún de San Vicente de la Barquera merece por méritos propios un hueco ilustre en la deidad que el bonito del norte significa en los puertos del Cantábrico. Guiso marinero por excelencia, aquí el rey vuelve a ser el bonito, que no comparte protagonismo con el pimiento choricero, como pasa con el familiar vasco, ni con el tomate. Eso sí, suele laminarse pan en rebanadas finísimas para coronar este guiso que aprovecha lo mejor de las tajadas del Thunnus alalunga. En el Mesón Las Redes y en el restaurante Puente La Maza se pueden dar buena cuenta de ellos.

Ruiloba

Al alza, como la propia comunidad, el vino cántabro empieza a llegar a cotas más que interesantes para demostrar que aquí también hay nombres propios. Acercarse a Ruiloba resulta fundamental para conocer los viñedos casi flotantes de Bodegas Miradorio, que con referencias como Mar de Fondo o Tussío dan fe de una Cantabria líquida y vitivinícola por descubrir. Blancos con alma salina y perfiles afrutados se cargan en esta bodega a apenas dos kilómetros de la costa.

Santoña *

Devotos del peregrinar de la sabrosa anchoa del Cantábrico, boquerón para unos y bocarte para otros, la costera de primavera de la Engraulis encrasicolus marca el punto de partida para una industria conservera que vibra entre salazones. Son los meses de abril y mayo los que mejores anchoas brindan para estas delicadas semiconservas, pero en fresco sigue siendo un placer que hace de Santoña parada obligatoria para amantes del pescado. En cuanto a nombres imprescindibles para encontrar anchoas de calidad, varias referencias como Angelachu, Bolado, Carlanmar o Solano Arriola.

Liébana *

Una tentación convertida en cocido es el estandarte de Liébana, un pueblo que más allá de su peregrinar religioso también invita a iniciar un camino gastronómico de primer orden donde no faltan garbanzos, patatas y berza. Junto a ello, un compango cárnico donde el cuarteto de chorizo, morcilla, tocino y zancarrón de ternera tocan al compás. Como artistas invitados, pizcas de cecina y, si se es purista, el relleno hecho de miga de pan, huevo y chorizo. Casa Fofi o Mesón La Vega son dos altos en el camino para dar cuenta de la primera cuchara cántabra, con el beneplácito del cocido montañés, el otro ilustre cuchareo de la comunidad.

Noja *

Los veranos son para ir a degustar los productos cantábricos a Noja, ese pueblecito de veraneo que encandila a sus visitantes con sus paisajes y su despensa a partes iguales. Mariscos, pescados y algas. Sí, algas, en Sambal. Un restaurante en donde la cocina se abre al mar y a la tierra y en donde las raíces y las costumbres se intuyen en cada plato. La cocina de Javier Ruiz es de corte tradicional pero moderna, de ahí que en sus pases se fusionen productos de sus mares como la jibia de Noja con garbanzos especiados. O un arroz marino que hace referencia a las algas del litoral con las que se cocina.

Casar de Cáceres

Aunque la Torta del Casar se elabore en 35 términos municipales cacereños, este pueblo es el que le da el nombre a su Denominación de Origen y hace de este lugar una de las visitas esenciales dentro de la ruta de gastro-pueblos. De hecho, se podría decir que este queso semi-líquido elaborado a base de leche cruda de oveja ha puesto de lleno en el mapa a Casar de Cáceres. Un pueblo en el que además de probar los productos típicos de la tierra como la patatera, sus embutidos de bellota, su aceite o su cava, se pueden visitar las queserías donde se elabora este queso tan peculiar y alabado y conocer desde dentro la importancia que su D.O. tiene para este entorno.

Villaverde de Pontones

En medio de la naturaleza y a pocos kilómetros del mar Cantábrico se encuentra la pequeña localidad de Villaverde de Pontones, un lugar convertido en referente de la alta gastronomía gracias a Jesús Sánchez, chef de Cenador de Amós, que este año se ha llevado su tercera estrella Michelin. Su restaurante -encalvado en una casona palaciega del siglo XVIII- ha sido una puesta firme por su cocina, con el riesgo que conlleva ubicarse en una población de 334 habitantes, pero también ha servido para que este pueblo y sus encantos sean conocidos. Y es que, además de su gastronomía, Villaverde de Pontones tiene un patrimonio histórico que merece una visita: la iglesia parroquial de Santo Tomás del siglo XVII, el Palacio de Arco y la Casa-palacio de los Mazarrasa, por no hablar de la cantidad de monumentos y palacios que hay a su alrededor

O Grove y La Toja*

A la entrada de la ría de Arosa, con vistas a una de las islas más conocidas por sus aguas medicinales, La Toja, se encuentra O Grove. Una península considerada la capital gastronómica de la costa gallega. No es de extrañar cuando entre los pescados de la zona destacan el rodaballo, la lubina, el mero, el lenguado y la merluza. Y, entre los mariscos, la langosta, el centollo, las vieiras, los percebes, las ostras, el bogavante y las almejas finas, por mencionar algunos. Todos ellos se fusionan con los platos típicos más tradicionales de la zona como el caldo gallego, el lacón con grelos o el pastelón de marisco. En O Grove, además de sus productos, destaca uno de los restaurantes del momento, Culler de Pau, donde su cocinero, Javier Olleros, explica que en su restaurante son intérpretes de su territorio e intentan que el comensal sienta la tierra en la que se encuentran a través de su cocina. Y vaya que si lo consiguen. Un restaurante singular que se combina a la perfección con el A sador O Chiringuito y la Taberna Lavandeiro, donde se pueden probar muchos platos tradicionales y buen marisco. Y si se cruza a la isla de La Toja, en A Casa do Marqués se puede degustar tapas típicas gallegas y una amplio abanico del recetario tradicional, incluyendo sus famosas queimadas como punto y final.

Navaleno

Los amantes de las setas, de comerlas y/o de recogerlas, es posible que ya tengan fichado este lugar. Un pueblo localizado en la comarca de Pinares de Soria, en una zona de transición entre los relieves del Sistema Ibérico y las llanuras centrales que recorre el río Duero. Allí, el nombre de su comarca deja claro que los pinares son la base de su sustento, pues el pueblo vive de la madera de sus árboles, de la caza mayor -ciervos y corzos- que recorren su territorio y los hongos y setas que, prácticamente, se recolectan a lo largo de todo el año. Ésta última es la razón de la cocina de Elena Lucas en La Lobita, un restaurante con estrella Michelin cuyo imaginario y productos se encuentran en estos montes sorianos, y el de el restaurante El Maño, que desde 2003 tiene la micología por bandera y le ha llevado a formar parte de los Bib Gourmand de la misma guía. No se queda atrás el Mesón El Hachero, en el que las brasas y las carnes terminan por formar la combinación perfecta en una zona muy ligada al producto de territorio

Chiclana de la Frontera *

Este rinconcito de la costa gaditana tiene el aliciente de tener dos caras. Por un lado, la marinera, la esencial, la que atrae a los viajeros que buscan la esencia y el salitre en templos como Popeye o Casa Pepe. Por el otro, la que trae consigo la urbanización Sancti Petri, un apéndice donde el lujo se agolpa a los pies de la playa de la Barrosa En sus hoteles y restaurantes se puede encontrar maravillas como Alevante, el restaurante que Ángel León tiene en el hotel Gran Meliá Sancti Petri o Cataria, el restaurante del Iberostar Selection Andalucía Playa en el que Aitor Arregi (sí, el de Elkano) importa su modus operandi para aplicarlo a los pescados de la bahía de Cádiz.

Getaria *

Si hubiera que elegir un lugar neutral en una hipotética contienda gastronómica entre Vizcaya y Guipúzcoa ese sería Getaria. El pueblo que vio nacer a Balenciaga es mucho más que un puerto próspero. Es, también, el lugar donde sea sublimado el pescado a la brasa, en concreto el rodaballo, que suele ser el plato estrella de sus restaurantes más reconocidos. A la cabeza de todos está Elkano  y su estrella Michelin, lo que no quita que en Kaia Kalpe o en Txoko hayan logrado sublimar las recetas en las que mar y fuego se combinan de manera irresistible.

Arriondas *

El hecho de estar a medio camino de la playa y de los picos de Covadonga hace de este pueblecito un campo de pruebas para la gastronomía. De hecho, esta oportunidad la ha aprovechado al máximo José Antonio Campoviejo quien, en El Corral del Indianu ha encontrado el entorno y el ambiente perfecto para desarrollar su cocina contemporánea (premiada con estrella Michelin) donde es honesto con el producto logrando creaciones maravillosas. No muy lejos se encuentra Casa Marcial, un espacio biestrellado donde Nacho Manzano cumple con todos los requisitos para atraer a foodies de todo el mundo: innovación, tradición y riesgo. Eso sí, en Arriondas también hay hueco para la sidrina y las comidas relajadas en El Robledal, Los Arcos o La Posada de Granda.

Cadaqués ***

Hay mucha vida más allá de Dalí y de las fotos idílicas de mar-barquita-barraca blanca en Instagram. De hecho, el ruido turístico que, en ocasiones, sufre Cadaqués no deja ver su verdadero potencial gastronómico. Y lo tiene. En primer lugar, porque su popularidad permite que haya hasta wine bars deliciosos como el de Martín Faixó donde el placer va más allá del postureo asociado a la degustación. En segundo lugar, porque mantiene su esencia marinera en tascas tradicionales y un tanto folclóricas como Casa Anita. Y en tercer lugar, porque acoge iniciativas locas que solo aquí triunfarían como es el caso de Compartir, uno de esos proyectos de Ex Bullis quedan logrado perpetuar su espíritu.

Trujillo

La tradición gastronómica de esta localidad siempre estuvo ligada a dos realidades: su encanto turístico y su carácter de cruce de caminos. De ahí que, desde que el turismo es turismo, sus bares y restaurantes se hayan empeñado en saciar las necesidades del forastero. Es decir, sorprenderle con migas, bacalao, quesos extremeños y otros platos típicos de la mesta que se aderezan con recetas de asador. Y sin embargo, en la Trujillo de hoy hay mucho más ya que, sin renunciar a este repertorio, lugares sagrados como La Troya y el Bizcocho están empezando a incluir algún trampantojo y alguna fusión. Otras opciones son El Refectorio o Azafrán y, para rematar el día, un cóctel en La Abadía.

Betanzos

Aquí nació la única tortilla de patatas que merecería tener Denominación de Origen propia por su conexión con esta tierra (dicen que la magia viene de los tubérculos gallegos de variedad kennebec) y por su popularidad. Pero como con la fama ni se come ni se da de comer, lo más interesante es pedirse un pincho en las barras de Casa Miranda y Mesón O Pote, donde los más talibanes de la tortilla con cebolla renegarán de sus ideales.

Sigüenza

La metamorfosis de la ciudad del Doncel podría resumirse como un ¿quién te ha visto y quién te ve? De ser una localidad de asador, lechazo y tintorro ha pasado a ser un destino foodie de primer orden. En cierto modo, la punta del iceberg de todo es Samuel Moreno, el chef de El Molino de Alcuneza que ha conseguido, a base de pan y creatividad, dar con la clave de cómo tiene que ser la cocina de vanguardia castellana. Pero no es el único. De hecho, en el corazón del municipio se encuentra el otro restaurante estrellado, El Doncel, un espacio bipolar donde se puede desde saborear cualquier receta típica meseteña hasta las particulares versiones que Enrique Pérez ofrece en su menú degustación. Y para presupuestos ajustados, la barra del Bar Alameda sacia hasta al más voraz con una buena selección de producto y con pintxos y tapas sabrosas y muy, muy seguntinas.

Ezcaray

Quizás sea la viva imagen de lo que es un gastro-pueblo. Y es que justo cuando La Rioja se empina camino de la sierra Cebollera aparece esta localidad como el último reducto antes de los montes y las cumbres. Una ubicación geográfica que la convirtió desde pronto en un destino para montañistas, principalmente vascos, que venían hasta aquí en busca de otros paisajes. Los vecinos del norte trajeron consigo sus liturgias gastronómicas, sus pintxos y su gusto por el buen comer, de ahí que hoy en día Ezcaray presuma de una de las generaciones de restauradores más exitosa de nuestro país. Una hornada que lidera Francis Paniego, quien no renuncia en Echaurren Tradición a los platos que hicieron famosa esta venta familiar entre los que destacan sus legendarias croquetas y sus callos. Por otro lado, en El Portal pelea por mantener las dos estrella Michelin que ha logrado gracias a su particular visión de los platos de casquería. Pero Ezcaray es mucho más. No en vano, los acólitos de este destino suelen apostar también por la barra y el restaurante de Casa Masip, donde las croquetas (sí, también), los pintxos, la ensaladilla rusa y los boletus de temporada cuentan con un propio club de fans. ¿Otras opciones? Las raciones y desayunos del Roypa y los cócteles del Troika Bar, un pub absolutamente inesperado y maravilloso.

Montefrío (Granada)

En Montefrío confluyen barrancos con sus respectivos arroyos desde varios puntos cardinales, esculpiendo el paisaje como si fuera un bajorrelieve. En el centro del nudo fluvial se yergue la imponente peña que Abú Abdalá Yusuff coronó con una alcazaba nazarí en el siglo XIV. Tras la conquista del enclave en 1486, lo que abría el camino hacia Granada, la fortaleza fue demolida. En su emplazamiento se erigió la iglesia de la Villa, un espacio cerrado al culto que hoy acoge el Centro de Interpretación de la Última Frontera de Al-Andalus.

Calaceite (Teruel)

Situado en el noreste de la provincia de Teruel, su proximidad geográfica a la frontera catalana y valenciana ha convertido esta villa en un punto de encuentro de culturas, tradiciones e historia que se materializa, entre otras cosas, en la lengua, pues también se habla catalán. El trazado urbano de esta localidad turolense no engaña y sus estrechas calles desvelan un entramado medieval. En un paseo por las calles Maella y San Antonio se descubren las típicas casas solariegas de esta localidad, declarada Conjunto de interés Histórico-Artístico. Los soportales dominan la plaza Mayor y la plaza España, auténtico corazón de Calaceite.

Peñaranda de Duero (Burgos)

Empezando por su plaza Mayor, de planta trapezoidal, en la que se sintetiza lo mejor de la arquitectura tradicional de la región. En un frente, las casas de entramado de madera. En el otro, la majestuosa fachada de la excolegiata de Santa Ana (siglo XVI). Y en el tercero, el Palacio de los Condes de Miranda (siglo XVI), una de las mansiones renacentistas más notables a este lado del Duero que esconde en su interior un precioso patio porticado y unas salas coronadas por exuberantes artesonados. Y en el corazón de este ágora, un rollo medieval que ejerce de obelisco preside el espacio.

El instinto viajero fija la brújula en el castillo, pero de camino merece la pena buscar dos puertas de la antigua muralla que siguen en pie y la Botica, una farmacia del siglo XVIII cuyas reliquias y utensilios se exhiben a modo de museo. En lo alto, el castillo recompensa el esfuerzo de la subida con unas vistas del pueblo y el río con las que poner el broche de oro a la visita

Chinchón (Comunidad de Madrid) **

Son varios los motivos que invitan a recorrer sus calles, comenzando por su plaza Mayor, uno de los mayores atractivos del pueblo por la historia que carga en sus espaldas. De planta irregular y estilo medieval, llama la atención por sus 234 balcones, sus galerías y soportales de madera –muchos de ellos intactos desde su construcción.  En la actualidad esta plaza vestida de blanco y verde, que en su día se utilizó como lugar de celebración de ferias de ganado, autos sacramentales, proclamaciones reales, corral de comedias y ferias taurinas, está llena de tascas y restaurantes que atraen cada fin de semana tanto a locales como a foráneos.

En una de las calles que dan a la plaza se encuentra el conjunto del Monasterio de los Agustinos, fundado en el siglo XVII por los Condes de Chinchón. En el lado opuesto a la plaza se ubica la Iglesia de Nuestra Señora de la Asunción. Allí se encuentra la auténtica joya de Chinchón, pues su interior acoge una de las obras religiosas más importantes que del pintor Francisco de Goya, La Asunción de la Virgen (1812).

Almagro (Ciudad Real)

Almagro es puro teatro y lo respira por los cuatro costados. Una de sus principales atracciones turísticas es su corral de comedias, un teatro público del siglo XVII único en su género, que se ha mantenido intacto y activo desde su origen. Con más de 400 años, su interior acoge cada verano uno de los eventos culturales más conocidos del mundo teatral: el Festival Internacional de Teatro Clásico de Almagro. Otra visita indispensable es su plaza Mayor, que está considerada como una de las más bellas de España y es la única acristalada de estilo centroeuropeo en todo el país.

Guadalupe (Cáceres)

Guadalupe aparece al dejar atrás hectáreas de bosques y el embalse de Valdecañas. Hasta aquí llegó Cristóbal Colón tras los Reyes Católicos en busca de apoyo para su proyecto de ir a las Indias. En aquella época no estaba el embalse, pero el pueblo ya tenía su principal icono en el Real Monasterio de Nuestra Señora de Guadalupe, hoy Patrimonio de la Humanidad. Construido a lo largo de los siglos, el monasterio cuenta con un precioso claustro gótico, once cuadros de Zurbarán, obras de Goya, El Greco y una joya del barroco como es el Camarín de la Virgen. El monumental conjunto cuenta con tres museos diferentes y bien merece un viaje por sí solo.

 https://viajes.nationalgeographic.com.es/a/pueblos-mas-bonitos-espana_10107

Cudillero (Asturias)***

Hasta no hace mucho, la seña de identidad de Cudillero era el olor a mar y a salitre que provenía de los escualos que colgaban durante meses de la puerta de las casas de los marineros pixuetos. Todavía se pueden ver algunos gracias a su especialidad gastronómica, el curadillo, un escualo que se cura sin sal al viento del Cantábrico y que se guisa con patatas o con fabes. Los marineros también dejaron un lenguaje propio y exclusivo de Cudillero: el pixueto, un dialecto del bable que, de vez en cuando, se deja escuchar en boca de algunos locales y cada 29 de junio se reivindica en la fiesta de l’Amuravela dedicada a San Pedro. 

A este santo también está dedicada la iglesia del casco histórico, parada imprescindible para los visitantes que, entre subidas y bajadas, siguen su recorrido por la capilla del Humilladero, la Lonja o la Fuente del Canto, sin pasar por alto los miradores de El Pico, Cimadevilla, la Atalaya, el Faro y la Garita. Al subir a este último, las vistas se extienden por el faro, el puerto y la villa. A medida que se asciende por las laderas de los alrededores, el graznar de las gaviotas deja espacio al mugir de las vacas, y el aspecto de Cudillero muta del azul del Cantábrico al verde intenso de su interior. 

https://viajes.nationalgeographic.com.es/a/anfiteatro-colores-cudillero-asi-es-pueblo-mas-bonito-asturias_18386

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Allariz (Ourense)

A Ourense siempre le ha marcado su orografía. El haber estado regada por ríos escultores ha hecho que sus colinas se volvieran más vertiginosas y bellas si cabe. Son tierras de viticultura heroica, de termalismo, de escarpados cañones y, también, de pueblos que no se conformaron con domesticar el entorno, sino que a menudo han querido rivalizar en belleza con él. Buena prueba de ello es Allariz, un pueblo enclavado en la Reserva de la Biosfera homónima y atravesado por la Vía de la Plata jacobea. Como otros muchos municipios gallegos, el paisaje de Allariz está íntimamente unido a un río. 

La que llegó a ser conocida como «Llave del Reino de Galicia» por Sancho IV y la que se convirtió en escenario de la educación de Alfonso X el Sabio, conserva todo su esplendor tras un largo trabajo de recuperación, que en 1994 mereció el Premio Europeo de Urbanismo. Entre las calles empedradas del centro de Allariz se suceden joyas pétreas una tras otra. Destaca una tríada de iglesias, la de San Esteban, la de Queiroás y la de Santiago, esta última situada en la Plaza de la Villa, levantada en roca viva junto al río. Otra plaza que no debería faltar al callejear es Campo da Barreira. Aquí se levanta el Santuario de San Bieito y el bello Monasterio de Santa Clara, fundado en el siglo XIII por la reina Violante, esposa de Alfonso X.

 

Bulnes y su Naranjo *

Eclipsado, como es en parte lógico, por el famoso Naranjo de Bulnes, el pueblecito que le presta el nombre es toda una sorpresa de la Asturias más montañosa. Más que una sorpresa, un secreto, ya que llegar hasta este lugar es toda una aventura.

Los que lo hacen por carretera, tienen en el puente La Jaya un preludio de este paraíso de piedra y agua, ya que aquí está el desvío que sube hasta este pueblo. Los que optan por el transporte público tienen un funicular que lo conecta con Poncebos. Al llegar, lo que espera es una aldea donde la montaña se confunde con los tejados, donde el turismo rural ha revitalizado las casas y les ha dotado de magnificencia y donde el río Texu dibuja estampas idílicas en sus orillas.

Bandujo: Un viaje a la Edad Media

Bandujo significa regresar a la Edad Media sin darse cuenta. Esta localidad de Proaza puede presumir de ser uno de los pueblos mejor conservados del entorno rural asturiano y de estar enclavado en un paraje excepcional: el Valle del Oso, que alberga una de las últimas poblaciones de Oso Pardo de España.

Tras cruzar este paraje natural, Bandujo se recoge entre castañales, prados, peñas y albañales y, una vez en su interior, la Torre de Tuñón, la iglesia de Santa María y el Palacio son los narradores incansable de su historia, como también lo son los barrios de La Molina, el Palacio, Entelaiglesia, la Reguera, el Campal y el Tora, que atesoran hórreos antiguos, un viejo lavadero y casas de piedra que conviven con el desnivel característico del pueblo, encaramado en una cresta en forma de herradura.

Taramundi: en el filo de la navaja *

Una navaja de Récord Guinness y una Ruta del Agua sirven para comprender Taramundi. ¿Por qué? Porque este pueblo del interior de Asturias es famoso por su cuchillería, una práctica que se remonta a sus yacimientos de hierro, a la abundancia de agua y a la riqueza forestal de la zona, y que encuentra su mayor representación en La Casa Museo de la Cuchillería Tradicional de Taramundi. 

Pero Taramundi también es conocido por sus cascadas, riachuelos y lagunas, que lo convierten en un destino perfecto para desconectar. Ya inmerso en el pueblo, uno puede visitar edificios históricos como la iglesia parroquial y su campanario o La Rectoral, antigua casa del cura que a día de hoy se ha transformado en un hotel rural, de esos que prometen tranquilidad y de los que hay muchos en Taramundi.

Tan pequeña como cautivadora, la localidad asturiana de Taramundi, limítrofe con Galicia, vive inmersa desde tiempos inmemoriales en el reino del agua, entre ríos, arroyos y cascadas. Este elemento natural enciende de vida un paisaje en el que predomina el verde intenso y se ha ofrecido como una herramienta vital para el ser humano que ha habitado estas tierras y que aprendió a dominarlo para su propio beneficio. A 5 minutos del pueblo y a modo de museo viviente, el Conjunto Etnográfico de Os Teixois da testimonio de ello.

 Casa cesar

Llanes: la perla del oriente asturiano **

Sería injusto reducir a Llanes como un conjunto de casas desplegadas en las orillas de su serpenteante puerto. Sí, aquí el urbanismo está marcado por los caprichos de la naturaleza, pero esta localidad ha sabido llenarlo con numerosos monumentos y rincones que merecen ser descubiertos. Entre ellos, su Torreón y sus murallas medievales, la Basílica de Santa María del Concejo y un sorprendente inventario de edificios indianos que le aportan una dosis de color a sus retorcidas calles.

 Pampaneira (Granada)

Precediendo a sus vecinos Bubión y Capileira y en pleno corazón de la Alpujarra, Pampaneira dibuja una postal de casas blancas con sus terraos grises, chimeneas de sombrilla y balcones floreados. Desde dentro, el protagonista sigue siendo el blanco, que serpentea y se amolda al desnivel de unas callejuelas que ponen a prueba el físico de los visitantes con sus subidas y bajadas. Otra recompensa son algunas de sus numerosas fuentes conocidas por sus aguas medicinales y que, junto a los lavaderos, narran su pasado morisco.

Estella (Navarra)

En un gran meandro del Ega, entre Pamplona y Logroño, se abre paso esta villa nacida en sus orillas gracias al trasiego de los peregrinos del Camino de Santiago. Es la llamada «Toledo del norte», por ser una de las grandes ciudades monumentales de la España septentrional, un calificativo que empezó a fraguarse en la Edad Media cuando se decidió desviar la Ruta Jacobea para establecer allí una población con una importante presencia judía. A partir de ese momento, Estella-Lizarra comenzó a llenarse de palacios, castillos, casas señoriales, iglesias y conventos que a día de hoy hacen de este pueblo uno de sus mayores atractivos.

 

Tarazona (Zaragoza)

Hay lugares en los que todo pivota en torno a un monumento. Y eso es lo que le sucede, de algún modo, a Tarazona con su catedral. No hay rotonda en esta localidad que no anuncie este templo, así que las expectativas que genera son tan altas que podría amenazar con no complacerlas. Pero no es el caso ya que, cuando se llega a la Plaza de la Seo, la elegancia mudéjar del exterior de este edificio sorprende y embelesa. Es como si, de repente, el ladrillo se transformara en mármol por la lucidez y las filigranas de la torre. Dentro espera un amalgama de estilos, mucha luz y un claustro repleto de celosías.

Otra muestra de que este enclave a medio camino entre Navarra, Castilla y Aragón fue siempre un objeto de deseo comercial es la herencia sefardí. Su judería hoy conserva un trazado nervioso y ratonero, así como la constancia de la ubicación de una sinagoga importante. Pasear estas calles supone dar con otros monumentos históricos como las Casas Colgadas, unas mansiones edificadas en saledizo que resisten estoicamente el paso del tiempo y el empuje de la gravedad; la renacentista Plaza de España o el fastuoso Palacio Episcopal, evidencias del pasado relevante de esta localidad.

Medinaceli (Soria)

Parece que su emplazamiento en el valle del Jalón estaba destinado a ser un objeto de deseo para muchas civilizaciones. Todo comenzó con un poblado celtíbero que fue conquistado por los romanos y después por los musulmanes, que le dieron el nombre de Medina Slim, «ciudad segura», antes de ser tomada por los cristianos.

De esas culturas quedan maravillosas reminiscencias que hacen de Medinaceli un municipio monumental. Ejemplo de ello es el castillo, antes alcázar árabe y ahora cementerio. O la plaza Mayor, que acogía el foro romano. Pero lo que realmente destaca en Medinaceli –y además da la bienvenida a la villa amurallada–, es su arco romano de triple arcada erigido en el siglo I, la única edificación de este tipo que se conserva en la Península Ibérica. Entre la arquitectura religiosa sobresale la Colegiata de Nuestra Señora de la Asunción, donde se guarda la réplica de la talla del Cristo de Medinaceli, pues la original está en la iglesia madrileña que lleva su nombre.

 

Alarcón (Cuenca)

Hay muy pocos lugares en el mundo en los que sea tan sencillo explicar el porqué de un emplazamiento como en Alarcón. Y es que esta hoz revirada y caprichosa trazada por el río Júcar lo tiene todo para ejercer de baluarte defensivo. Es muy probable que casi todas las civilizaciones que han poblado La Mancha se dieran cuenta de esta ventaja, pero fueron los árabes quienes, en el siglo VIII, levantaron una primera fortaleza en tan imponente ubicación y, además, le pusieron nombre al lugar. Eso sí, lo primero que se observa al llegar al mirador exterior del pueblo es una maqueta impoluta del perfecto castillo cristiano. Es entonces cuando el viaje se convierte en épica y la visita, en conquista.

Valle Gran Rey (La Gomera)

No hay carreteras que bordeen la costa de La Gomera. Para ir de una localidad litoral a otra es preciso remontar un barranco rumbo al interior en la isla y, una vez en las alturas, descender hacia el mar por otro tajo entre las montañas. Cada barranco es diferente. Y el de Valle Gran Rey goza de unas condiciones excepcionales: soleado, al abrigo del viento y pródigo en manantiales de agua.

Valverde de los Arroyos (Guadalajara)

Los primeros pasos por este pueblo confirman lo esperado: aquí el viajero va a ver más pizarra que en sus años de escuela. Es esta roca la que lo determina todo en este rincón del norte de Guadalajara

Miravet (Tarragona)

A orillas del Ebro, el castillo de Miravet baila en el reflejo del agua como si quisiera desvanecerse, pero sin llegar a hacerlo nunca. Aquí, frente a una de las postales con más encanto de la comarca catalana de la Ribera d’Ebre, uno se cuestiona qué tuvo esta localidad para precisar tal fortaleza. Y la pregunta no es en vano, pues está considerado como uno de los mejores ejemplos de arquitectura templaria de toda Europa.

Aracena (Huelva)

En el norte de Huelva, la tierra se pliega y gana altura. Encinas, alcornoques, robles y castaños alfombran el lugar donde acaba Andalucía, comienza Extremadura y el Alentejo portugués se extiende hacia el oeste. El pueblo de Aracena da nombre a la sierra y es la capital de la comarca homónima. La variedad de sus blancas y apiñadas casas y sus calles de suelo empedrado convierten cualquier paseo en una delicia. Desde las almenas y arcos de su castillo templario se contemplan los pueblos como motas blancas que destacan a lo lejos, entre altozanos, dehesas y praderas. 

El monte donde se alza la fortificación está horadado y se entra en él a través de la Gruta de las Maravillas. La primera sorpresa que depara la cueva es su ubicación, en pleno centro del pueblo. Descubierta en el siglo XIX, se abrió al turismo en 1914 –fue pionera en Europa–. Un itinerario circular guiado permite contemplar las asombrosas formaciones de roca y los lagos de sus diferentes niveles. Aracena atesora la iglesia de Nuestra Señora del Mayor Dolor y varias ermitas mudéjares. En su plaza Mayor hay bellos edificios decimonónicos, como el Casino de Arias Montano, del sevillano Aníbal González.

Casares (Málaga)

Este coqueto pueblo blanco malagueño es la cuna del andalucismo, pues fue el lugar de nacimiento del político, ideólogo y escritor Blas Infante en 1885. Por sus estrechas y serpenteantes cuestas centenarias, además de llegar al hogar donde el personaje pasó sus primeros años, se sube hasta el castillo de Casares. Coronando lo alto de la colina, esta fortaleza construida por los árabes en el siglo XIII fue creada como bastión defensivo del reino nazarí. Sus murallas, que delimitaban la extensión de Casares, son uno de los pocos vestigios que se conservan en pie, así como alguna torre del alcázar y dos imponentes arcos –el de la Villa y el de Arrabal–, que servían de acceso al castillo.

La iglesia de la Encarnación, que presume de campanario de influencia mudéjar, el templo parroquial de San Sebastián, en cuyo interior descansa la imagen de Nuestra Señora Del Rosario Del Campo –patrona de Casares– y la pintoresca ermita de Veracruz son otros de los atractivos del pueblo. Resulta difícil imaginar Casares sin sus miradores, desde donde se obtiene una panorámica teñida de cal que embelesa por la disposición de sus casas como terrones de azúcar apilado.

Cazorla (Jaén)

Haberle prestado su nombre al Parque Natural de las Sierras de Cazorla, Segura y Las Villas ha hecho que muchos viajeros asocien este topónimo a los bosques y pozas de este santuario verde. Y sin embargo, justo en la frontera entre los mares de olivos y los bosques de pinos, este coqueto municipio con aires de capital rasga con sus casas blancas y sus fortificaciones de piedra el skyline jienense. 

Desde el Balcón de Zabaleta, Cazorla se transforma en una postal perfecta y vertical formada por las almenas del castillo de la Yedra, las fachaditas blancas recostadas a sus pies y las copas de los árboles que emergen de la ribera del río Cerezuelo. Pero Cazorla es más que una panorámica. Paseando por sus arrabaleras y caprichosas callejuelas se descubren monumentos insólitos como la Iglesia de Santa María, en ruinas porque nunca llegó a terminarse, y la Bóveda del Río Cerezuela, un sistema de canalización ideado para transformar la garganta en plaza. En el resto del pueblo aguardan casas señoriales como la de las Cadenas, así como pequeños senderos que se adentran en el Parque.

Mora de Rubielos (Teruel)*

En las calles de esta localidad turolense se respiran aires medievales. Estas reminiscencias resultan de lo más evidente cuando se contempla su castillo, visible desde casi todos los puntos del pueblo. Una de sus particularidades es su disposición en torno a un bello patio interior rodeado de pórticos a dos alturas diseñados en estilo gótico. Además de servir como baluarte defensivo, esta fortaleza contaba con todo lo necesario para actuar como residencia, de cuya amplitud y comodidad disfrutaron los Fernández de Heredia, artífices de su construcción en el siglo XIV. Las visitas guiadas muestran cómo desde el patio se accede a algunas de las principales estancias como la Sala de las chimeneas, las caballerizas, la habitación del señor del castillo, las mazmorras o la capilla.

Declarado Conjunto Histórico-Artístico, el casco antiguo esconde otro gran icono del patrimonio arquitectónico municipal, la excolegiata de Santa María la Mayor. La preciosa estructura de este edificio gótico presenta la fachada principal en la plaza de la Iglesia y se ve embellecida por sus robustos muros de piedra sillar y los contrafuertes en los que estos se apoyan. La Sierra de Gúdar-Javalambre se recorre a través de senderos que discurren entre valles y bosques descubriendo pueblos como Mora de Rubielos, Valdelinares, Puertomingalvo o Mosqueruela, muchos de ellos situados por encima de los mil metros.

Rupit i Pruit (Barcelona)**

Siguiendo la carretera, las paredes verticales de la región del Collsacabra preceden a la visión del campanario de la iglesia de Sant Miquel, que sobresale en la silueta de este pueblo de origen medieval, enclavado en un altiplano tapizado de hayedos. El primer aviso de su singularidad es su acceso tradicional, a través de un puente colgante de madera que solo admite a 10 personas a la vez. Se diría que el propio puente es una metáfora perfecta del municipio, que surgió de unir Rupit y Pruit en 1977. La piedra domina en la villa, confiriéndole un encanto especial. 

No hay que obsesionarse con seguir un rumbo determinado, es preferible deambular a partir de la calle Barbacana, que funciona como eje vertebrador del pueblo. Se va al encuentro de la antigua herrería, de la casa del boticario o de la notaría Soler, ejemplos los tres de casas con solera. En algún momento, habrá que dirigirse a la plaza Mayor, auténtico centro neurálgico, pasando antes por la Iglesia de Sant Andreu Rupit i Pruit y por la empinada Calle del Fossar, en la que se concen­tra toda la potencia fotogénica del pueblo.

Sos del Rey Católico (Zaragoza)

Historia y encanto es lo que envuelve al lugar que vio nacer al rey Fernando el Católico, un punto geográfico que sirvió de línea fronteriza entre los antiguos reinos de Aragón y Navarra. Declarado Conjunto Histórico-Artístico, atesora uno de los mejores patrimonios medievales del país. Su villa se conserva amurallada y en su interior, escudos, ventanas góticas y renacentistas y sillares decoran las fachadas. Sus calles empedradas y retorcidas conducen a lugares como la bonita plaza de la Villa. Allí se ubica el Ayuntamiento, uno de sus edificios más emblemáticos junto con el Palacio de Sada, la casa natal de Fernando el Católico, que en la actualidad cumple las funciones de oficina de turismo y Centro de Interpretación.

Otros rincones para descubrir son la Lonja –antaño mercado de la villa, ahora biblioteca municipal–, la iglesia de San Esteban, con una cripta y unos murales góticos que son todo un espectáculo para la vista, y la recogida ermita de Santa Lucía. Además del Barrio Alto, que en su día albergó la judería medieval. Durante el divagar, no hay que pasar por alto sus miradores, que aparecen repartidos estratégicamente por el pueblo y desde los que se puede recorrer todo el paisaje con la mirada.

San Martín de Trevejo (Cáceres)

Las razones para visitar San Martín de Trevejo son muchas. Es difícil elegir por cuál empezar porque este pequeño pueblo es la joya de la Sierra de Gata. Situado en la provincia de Cáceres y a escasos kilómetros de Portugal –con una lengua propia del valle, a fala o mañegu, que deriva del galaico-portugués–, es uno de los mayores atractivos de la zona. Sin embargo, pronto se descubre que el idioma no es su única singularidad, pues este pueblo no solo se escucha, sino que también se contempla. 

Comenzando por las casas tradicionales de tres alturas, con entramado de madera y adobe que caracteriza su belleza arquitectónica y que le ha valido el galardón de Bien de Interés Cultural. Pero no debe pasarse por alto ni su plaza Mayor porticada, ni la torre del campanario y menos aún la iglesia de San Martín de Tours, un edificio compuesto por tres naves cuyo interior esconde tres tablas del pintor pacense Luis de Morales, El Divino, que se remontan al siglo XVI. Perderse por sus calles también conduce a coquetos palacios como el del Comendador, que harán el viaje aún más especial.

Ribadavia (Ourense)

Próxima al punto de encuentro del río Avia con el Miño, es el enclave en el que se asentaron celtas y romanos, no solo por lo bello del lugar, sino por las riquezas minerales de las aguas y las montañas que lo rodean. Ribadavia es la capital de la Denominación de Origen Ribeiro, la más antigua de Galicia. Aquí el vino lo explica todo. El geógrafo y escritor griego Estrabón ya alabó la elaboración en la zona de estos caldos allá por el siglo II antes de Cristo; fue el primer vino en viajar a América de la mano de Colón; se sirvió en las mesas más opulentas de los reyes de Europa… Se encuentran un sinfín de menciones históricas y literarias sobre una de las zonas vitivinícolas con más solera de Europa.

Fue durante la Edad Media cuando la villa adquirió la topografía que ahora se disfruta y en la que destaca una colección compuesta de fortificaciones, ermitas románicas, una rica judería y un casco histórico, declarado en 1947 Monumento Histórico-Artístico. Los clásicos soportales gallegos sirven de refugio de lluvia o sol al paseante rural en su recorrido por el municipio. En la zona alta de la villa destaca el principal icono de Ribadavia, las ruinas del castillo de los Sarmiento. Abandonado en el siglo XVII, aún conserva la grandeza de haber sido una de las mayores fortalezas gallegas durante la Edad Media.

Teguise (Lanzarote)

Teguise, la hija de Guadarfía, el último rey aborigen de Lanzarote, dio nombre a la que sería capital de la isla desde su conquista por los aventureros normandos Jean de Bethencourt y Gadifer de la Salle hasta 1847, cuando Arrecife, con su puerto, adquirió más relevancia.

Peñalba de Santiago (León)

Un puñado de casitas de piedra coronadas por techos de pizarra y agrupadas en mitad del valle del Silencio, en pleno Bierzo leonés, dibujan la idílica imagen con la que Peñalba de Santiago recibe al viajero. Quienes llegan hasta aquí encuentran un entorno privilegiado que ofrece la tranquilidad y el silencio que promete el topónimo de su entorno. Según la leyenda, san Genadio (865-936), fundador del pueblo, en su búsqueda de aislamiento mandó callar las aguas del río Oza con un golpe de bastón. Hoy, se pueden visitar las cuevas donde se dice que encontró su lugar de retiro.

De la belleza de este pequeño pueblo disfrutan a diario sus apenas 15 habitantes. Las construcciones del casco antiguo son un ejemplo de la auténtica arquitectura tradicional berciana, aquí presentadas en un entramado de callejuelas que discurre entre empinadas pendientes. La diminuta iglesia del siglo X, cuya hermosa entrada está precedida por un doble arco de herradura, exhibe elementos propios de la época musulmana, convirtiéndola en una pequeño tesoro del arte mozárabe

Zafra (Badajoz)

Por su fisionomía llena de patios, conventos, coloridas fachadas y suelos empedrados, Zafra es conocida como «Sevilla la Chica». Su arquitectura urbana, con retorcidas callejuelas de herencia árabe y un omnipresente color blanco, completa la importancia de su pasado mercantil. En pleno casco histórico, cerca de la plaza Grande, se encuentra el Palacio de los Duques de Feria, que acoge en la actualidad el Parador de Turismo. Frente a él se encuentra el Convento de Santa Clara, cuyo interior alberga un museo que permite al visitante conocer cómo es la vida en el convento, así como la historia de su fundación. 

En torno a la plaza Chica y la Grande, se localiza el Hospital de Santiago, la primera residencia señorial de Zafra, en el que destaca la representación de la Salutación del Arcángel Gabriel en su hornacina. Muy cerca se ubica la Colegiata de La Candelaria conocida, sobre todo, por atesorar algunas de las obras de arte del pintor del Siglo de Oro, Francisco de Zurbarán, como su fabuloso retablo mayor. Pero Zafra también fue una ciudad amurallada que contaba con decenas de puertas, como la puerta de Badajoz y la de Jerez.

Pals (Girona)**

Desde la base del barrio antiguo de La Vila, donde se halla la Casa de la Cultura y museo Ca la Pruna, se asciende a pie por calles adoquinadas que muestran restos de muralla, torres vigía (Ramonet, Xinel.lo, Rom...), garitas, aspilleras y hasta dos sepulturas antropomorfas; también masías de los siglos XVI y XVII bellamente restauradas como residencias particulares o convertidas en tiendas de recuerdos y rústicos restaurantes.

Desde la plaza Major arranca el callejón homónimo, que tiene un tramo cubierto por un arco con balcón que es uno de los rincones más fotografiados del pueblo, justo donde se abre el pasaje de Ca la Rufina, con sus dos lados unidos por arcos. La ensoñación de Pals se completa al alcanzar el mirador del Pedró, junto a la torre del castillo destruido en 1478. Desde esa explanada Josep Pla ya afirmaba que se contempla la vista más amplia y hermosa de todo el Empordà. Pals disfruta de una playa ininterrumpida de 3,5 km, un arenal dorado que incluye dunas protegidas y mira a las Islas Medes.

Olite (Navarra)*

La tierra se cubre de viñedos, los pueblos abrazan las laderas y, de repente, un castillo emerge en el horizonte. Su majestuoso perfil almenado, torrecillas de ángulo y torreones circulares dotan a Olite de un aire medieval que hace volar la imaginación a quien lo admira. Sobre un pequeño cerro, a orillas del río Cidacos, Olite actuó como fortaleza de la Zona Media de Navarra con el imponente castillo-palacio que Carlos III de Navarra mandó construir a finales del siglo XIV. 

El Palacio Real ocupa un tercio del casco urbano medieval, en el que se entrelazan estrechas calles al abrigo de nobles casas donde permanecen grabados los escudos de armas, como en el Palacio del Marqués de Rada, arcos góticos, iglesias y el recinto amurallado de origen romano. Como si fuera una extremidad del palacio, a su vera se encuentra la iglesia de Santa María la Real, utilizada por los monarcas para celebrar actos solemnes. Frente al castillo, el Museo del Vino de Navarra describe otra de las grandes historias de Olite: su tradición vinícola, con vestigios de producción del siglo I d.C. y una Edad Media marcada por el cultivo de la vid.

Valderrobres (Teruel)*

El río Matarraña discurre por su bella garganta hasta la entrada de Valderrobres, donde se ensancha y entra triunfal en la localidad para partirla en dos, marcando el límite entre la parte vieja y la moderna. Un majestuoso puente de piedra de la época medieval y de estilo gótico constituye la entrada a la villa y pone en situación a todo aquel que lo atraviesa pues, arquitectónicamente hablando, el pueblo es un museo al aire libre.

La mejor manera de descubrir este pueblo turolense es deambular por las calles del casco antiguo. Tras penetrar en su interior a través del Portal de San Roque, el principal acceso, en un entramado urbano de típica factura medieval se suceden rincones con encanto, palacios, ermitas, plazas y construcciones que pertenecieron a las antiguas murallas, como el Portal Vergós. Situados en la parte alta del núcleo urbano, los verdaderos emblemas de Valderrobres se distinguen a primera vista. Antiguamente intercomunicados, la iglesia de Santa María la Mayor y el Castillo definen el perfil de esta villa medieval. Del templo religioso, ejemplo del gótico levantino, destacan el pórtico principal y la esbelta torre del campanario. Las torres almenadas del Castillo rematan los robustos muros a cuyas espaldas se abre un mirador desde el que se contempla el Matarraña.

Guadalest (Alicante)

La voz del escritor alicantino Gabriel Miró resuena entre los muros que conducen al centro histórico de Guadalest, un «túnel con puertas clavadizas y poyo de sal». Al atravesarlo, las palabras que dejó en Años y Lenguas se hacen eco por lo que describió como «galerías que corren por rocas verticales, donde se descuelgan los cactos, los algarrobos...». Guadalest fue moldeado por la mano del hombre y por la fuerza de la naturaleza después de los terremotos de 1644 y 1748, cuando el defensivo castillo de San José quedó prácticamente destruido. Sin embargo, hoy pervive orgulloso cerca del cielo con varios pedazos de muralla y la inconfundible torre del homenaje.

Le acompaña un blanco campanario y el castillo de la Alcozaiba, que recuerda el origen medieval del pueblo y desde donde se vislumbran las sierras de Xortà y Serrella, la de Aitana y la de Bèrnia. Entre estos colores pardos y verdes de sus aledaños, se hace hueco el azul turquesa del embalse de Guadalest. Vistas similares se obtienen desde la plaza del Ayuntamiento, presidida por la estatua de San Gregorio y donde se puede visitar la prisión medieval bajo la casa consistorial. O la Casa de los Orduña, familia ligada al pueblo desde el siglo XVI hasta 1934 tras la muerte de Carlos Torres de Orduña.

Moratalla (Murcia)

Encaramado en lo alto de la sierra,  Moratalla  emerge  como un bosque de piedras ocres y blancas rodeado del verde agreste que tanto caracteriza la comarca murciana que colinda con Andalucía y Castilla-La Mancha. Su encanto reside precisamente en su entorno y en el ritmo que se respira en el pueblo y que impregna sus calles angostas. Una vida sosegada, donde aún late la esencia morisca. Hay mediodías en la taberna con vino de la tierra y tardes en la plaza. Reminiscencias del medievo que se aprecian en sus callejuelas y arquitectura –tan palpable en sus balcones de forja–, que conserva también algunos monumentos emblemáticos que merecen una visita.

Su castillo del siglo XV es uno de ellos, una visión que aparece coronando el horizonte del pueblo con su Torre del Homenaje con una altura de 30 m. En el otro extremo del centro histórico, se encuentra la iglesia de Nuestra Señora de la Asunción, cuya construcción se remonta al siglo XVI. Sin dejar el templo, es una buena idea dirigirse al mirador que descansa sobre el valle del río Alhárabe y ofrece una bella panorámica. Otras paradas que no se deberían eludir son la iglesia del convento de San Francisco –el templo es lo único que sobrevivió del total de la estructura tras los siglos y demoliciones– y las ermitas de Santa Ana y Casa de Cristo.

La Alberca (Salamanca)

A cobijo del Parque Nacional de Las Batuecas, el santuario mariano Virgen de la Peña vigila, desde lo alto de un pico, el pueblo salmantino. El laberinto de calles angostas y empedradas que dibuja el entramado urbano es el escenario donde vive suelto, entre el 13 de junio y el 17 de enero (San Antón), un cerdo que es alimentado por los alberqueños, y que se sortea de forma benéfica en la segunda fecha. En algunas calles el sol apenas llega al suelo, pues los pisos superiores de las casas serranas sobresalen más que los inferiores, como si pretendieran tocarse.

El centro neurálgico de esta localidad es la plaza Mayor. Las columnas de granito sustentan los pórticos sobre los que se levantan las casas, cuyos balcones de forja lucen los alegres colores de los geranios cuando el temporada lo permite. Bajo ellas, se instalaba el mercado. Ahora se degusta embutido ibérico en los restaurantes en los que se han transformado.

Montblanc (Tarragona)

El paseo por lo alto de la muralla de 1500 m que rodea Montblanc es toda una lección de historia. El tramo visitable es el del portal de Sant Jordi, uno de los cuatro accesos al núcleo medieval de la capital de la Conca de Barberà, declarado Patrimonio Mundial por la Unesco en 1988. La muralla se levantó en el siglo XV como defensa frente a los ataques de Pedro I de Castilla, pero Montblanc fue fundada mucho antes, en 1163, en una colina desprovista de vegetación, de donde le viene el nombre. El primer vestigio de población se remonta al asentamiento íbero de los siglos IV y I a.C., cuyos habitantes probablemente vieran pasar los elefantes del ejército de Aníbal rumbo a Roma.

Atienza (Guadalajara)

El paisaje es medieval, pero Atienza fue una vez Troya. Sucedió en 1970, cuando el director griego Michael Cacoyannis lo escogió como escenario para Las troyanas. Tres meses de rodaje fueron suficientes para que Katharine Hepburn se enamorara del pueblo. De aquella época, hay una foto de la estrella y del director frente al arco Arrebatacapas, que forma parte de la primera muralla. Atienza se encontraba protegida por dos líneas de murallas que se adaptaban al cerro como un guante. De ahí que el Cid Campeador, que pasó por estas tierras de la Serranía de Guadalajara en su camino hacia el destierro, dijera de Atienza y su castillo que era «peña muy fuerte».

Cerca del castillo se encuentra la iglesia de Santa María del Rey. Fue una de las catorce que hubo durante la Edad Media. La iglesia-museo de San Gil guarda una colección de arte sacro de aquellos templos. Parte de ese esplendor se siente aún paseando por las callejuelas del casco viejo que gira en torno a la plaza de España y del Trigo, descubriendo antiguas casas señoriales blasonadas.

Puebla de Sanabria (Zamora)

Sería asturiano si no fuera porque está dentro de la provincia de Zamora, pero este pequeño pueblo de media montaña se acerca más a lo bable que a lo castellano. Y no se debe únicamente a sus costumbres, también manejan un lenguaje indefinido e híbrido similar al que practican sus vecinos norteños. Por todo ello, uno tiene la sensación de que aquí no ha pasado el tiempo, algo sobre lo que sus calles empedradas tienen mucho que contar. En la cima, el Castillo de los Condes de Benavente del siglo XV se convierte en un balcón con vistas al río Tera y a la localidad.

Pero en la villa, lugares como la iglesia de Santa María del Azogue, erigida a finales del siglo XII –con un órgano datado en el año 1780 en su interior– y el Ayuntamiento, ubicado en la plaza Mayor, son también edificios dignos de admirar. Como lo son los diez gigantes y 33 cabezudos que guarda y exhibe su museo, una tradición que se remonta hasta 1848 y cuya comparsa está considerada la mejor de España.

Mondoñedo (Lugo)

De la comarca de A Mariña Lucense se conoce su costa, tan fotogénica como abrupta. Sin embargo pocos saben que su interior es una amalgama irresistible de prados, ríos, montañas y bosques. En esta explosión de naturaleza asoma Mondoñedo, una villa que consigue robarle a su entorno algo de protagonismo gracias a sus callejuelas y monumentos. Parada ineludible para aquellos peregrinos que caminan por la ruta del norte del Camino de Santiago, esta villa fue antigua sede episcopal. La plaza de la Catedral, donde confluyen prácticamente todas las calles del pueblo, está presidida por la fachada del templo construido en el siglo XIII, en cuyo interior destacan pinturas murales del gótico.

El pintoresco barrio dos Muíños revela la vertiente más popular y tradicional de esta localidad. En él se descubre la presencia esencial del agua, pues los canales en los que se bifurca el río Valiñadares discurren entre y bajo las antiguas casas de piedra. Aparecen como un recuerdo de la importancia de este recurso natural, que antaño ponía en funcionamiento los molinos de la zona. La Fonte Vella, construida en el siglo XVI y que antiguamente abastecía a todos los habitantes del municipio, es otro testimonio de aquel tiempo en el que el agua proporcionaba vida, trabajo y sustento a los mindonienses.

Maderuelo (Segovia)

No es una exageración decir que Maderuelo está como estaba. Las poderosas murallas que lo protegían en lo alto de un meandro del río Riaza no tuvieron que ser desmanteladas, de ahí que hoy en día permanezca incorrupto. El acceso desde el sur, el más cercano a Madrid y a las grandes carreteras, se realiza por la puerta de la Villa, un arco del siglo XII que hasta hace un siglo aún conservaba su foso y su puente. Toda una declaración de intenciones, pues lo que viene después es un viaje en el tiempo.

El paseo por las calles de Maderuelo es corto pero pausado. Su pavimento empedrado y sus casas antiguas regalan decenas de rinconcitos con encanto, como la plaza de San Miguel y su iglesia-palacio homónima, que sorprende por su delicada y acertada restauración. Más adelante espera la antigua cárcel, el ayuntamiento, la plaza del Baile con su característica Casa Porticada y la iglesia de Santa María del Castillo, notable por sus dimensiones y su imponente espadaña. A esta altura ya se empiezan a intuir las vistas que se abren por completo en el mirador del Alcarcel, en este caso sobre el pantano, y en la puerta de Barrio, que se asoma a un pequeño valle

Vejer de la Frontera (Cádiz)

Es el Mirador de la Cobijada desde donde se disfruta de una de las mejores panorámicas del pueblo. Es buen lugar donde comenzar a recorrer el que para muchos es el más bello de los «pueblos blancos» de Andalucía. Una aventura entre calles laberínticas, fachadas encaladas y azulejos de estilo nazarí. Enclavado a orillas del río Barbate, durante un poco más de cinco siglos, Vejer fue dominio musulmán, de ahí su entramado de calles al modo de una medina. El casco antiguo, amurallado y elevado a 200 m de altura, está declarado Conjunto Histórico-Artístico. No existe un rincón al que le falte su correspondiente maceta. Aquí, patios y balcones son motivo de orgullo.

Enfrente del mirador está el Arco de la Puerta Cerrada, uno de los cuatro accesos a la zona amurallada. Más arriba, el Castillo remata la silueta del pueblo. Adosado a la cara exterior del Convento de las Monjas Concepcionistas (actual Museo de Tradiciones y Costumbres vejeriegas), se halla uno de los rincones más fotografiados, el Arco de las Monjas. Se sigue recorriendo el barrio de la Judería, lleno de artesanías locales y galerías de arte, para llegar a la puerta de la Villa. Cerca espera la siempre animada plaza España

Aínsa (Huesca)**

El castillo de Aínsa es lo primero que ve el visitante en cuanto es capaz de apartar la vista del murallón del Monte Perdido, esa legendaria cumbre que se eleva por el norte anunciando un mundo de roca y nieve. Otro mundo, en este caso medieval, se abre al cruzar el puente que conecta el aparcamiento con el casco histórico a través de su milenaria fortaleza. De aquella inexpugnable construcción quedan los muros y el gran patio de armas, una antesala de lujo para uno de los núcleos medievales mejor preservados de Aragón.

La Plaza Mayor, triangular y porticada, se transforma en el escenario de la fiesta de la Morisma. A lado y lado del Ayuntamiento salen sendas calles que confluyen en la encantadora plaza de Santo Domingo: la Mayor y la de la Santa Cruz, que lleva a la iglesia de Santa María, del siglo XIII. Aínsa sigue disfrutado de un emplazamiento único, en la confluencia de los ríos Cinca y Ara, con la sierra de Guara al sur y el túnel de Bielsa al norte, puerta a las maravillas pirenaicas del Parque Nacional de Ordesa y el Monte Perdido. 

Pedraza (Segovia)

El conjunto patrimonial de Pedraza lo forman sus casas porticadas presididas por escudos nobiliarios, el Ayuntamiento y la iglesia de San Juan Bautista, cuya torre se hace notar desde varios puntos del pueblo. Una riqueza que muestra la relevancia de esta villa en los siglos XVI y XVII, cuando se convirtió en un referente de la industria textil por sus tejidos de lana merina. La espina dorsal es la calle Real, imprescindible para conocer las construcciones nobiliarias y las tradicionales casas pedrazanas, que conecta la entrada a la localidad con su famosa plaza Mayor que, de forma irregular y sin un diseño claro, se encuentra en la lista de las plazas más bellas de España.

Desde ella se abre paso la vía hacia el castillo, a través de la calle Mayor. A medio camino se pueden contemplar las ruinas de la iglesia de Santa María y al final aparece la fortaleza, originaria del XIII, donde la segunda torre se ha convertido en el Museo Zuloaga, donde se expone la obra del pintor Ignacio Zuloaga y parte del patrimonio familiar, como un cuadro de El Greco, otro de Goya y bodegones de pintores flamencos.

Mundaka (Vizcaya)***

Mundaka se enclava en un entorno privilegiado: la Reserva de la Biosfera y el Área de Conservación de Urdaibai. Su casco viejo actual es la fiel representación de la villa en el medievo, pues el pueblo de Mundaka se desarrolló en torno al mar. Tanto es así que el puerto es el centro del municipio y desde allí nacen las calles irregulares que forman su núcleo histórico. En la parte vieja se localiza la biblioteca, un antiguo edificio portuario que antaño hizo las veces de hospital de peregrinos del Camino de Santiago, además de servir en otros tiempos como lonja de pescadores y de matadero.

Extramuros, se localiza sobre una atalaya con vistas al horizonte la iglesia de Santa María. Un templo gótico renacentista que figura adscrito a la villa desde 1071, igual que la ermita de Santa Catalina. Ubicada en la punta que lleva su nombre, se trata de un edificio de transición entre el Gótico y el Renacimiento que se emplaza sobre un pequeño promontorio. El mirador de la Atalaya y el de Portuondo son dos de los mejores parajes para disfrutar de las panorámicas de la ría de Mundaka. Dos lugares que mezclan la imponente belleza del mar con la naturaleza que inunda sus montañas.

Elizondo (Navarra)***

Serpentea y se transforma en saltos de agua a lo largo del valle de Baztán, pero el magnetismo del río Bidasoa aumenta cuando se topa con los pueblos navarros de la zona. A su paso por Elizondo, su cauce halla cobijo en los puentes que entrelazan los barrios de la capital del valle, cada uno con su personalidad y oficios, pero siempre con el blanco y el marrón de las casas como protagonistas. En los márgenes del río se alzan las casas más antiguas del barrio viejo, coronadas de buhardillas y tejados a la sombra de grandes aleros. Son casas revestidas de cal blanca, adornadas con sillares rojizos, geometrías de madera y balconadas floreadas.

En las calles Jaime Urrutia y Braulio Iriarte se concentra el mayor número de casas nobles y palacios, entre los que destaca el de Arizkunenea, erigido en el siglo XVIII por Miguel de Arizcun, caballero de Santiago y marqués de Iturbieta, y que hoy alberga la Casa de la Cultura de Baztán. Cerca, en la plaza de los Fueros, el Ayuntamiento muestra el símbolo de lo que fue y sigue siendo el valle y su capital, con un escudo donde se puede leer «Noble Valle y Universidad de Baztán», título que muestra el papel protagonista de Elizondo en la historia de Navarra. Entre sus calles, museos y espacios naturales, las esculturas de Jorge Oteiza y Xabier Santxotena rompen con el estilo rural y montañés.

Hondarribia (Guipúzcoa)*

La desembocadura del río Bidasoa y la Bahía de Txingudi son la frontera natural entre España y Francia, entre Fuenterrabía, su denominación en español, y Hendaya. Su ubicación estratégica ha determinado la configuración de la villa y ha dejado para el recuerdo una muralla transitable que rodea la ciudad vieja y que cuenta con bellas puertas de entrada como la de San Nicolás y Santa María. A esta última se llega a través de la arteria principal del casco viejo, Kale Nagusia –calle Principal, en euskera–, un paso estrecho y adoquinado que recuerda su antiguo trazado medieval. En la misma dirección se encuentra la Iglesia de Santa María de la Asunción y del Manzano y el Castillo de Carlos V, reconvertido en Parador de Turismo.

Las plazas de Armas, del Obispo y Gipuzkoa se convierten en los puntos neurálgicos de la villa. La Marina, antiguo barrio de pescadores, está ubicado extramuros y es conocido por sus casas de colores, pintadas así debido al aprovechamiento de la pintura sobrante de los barcos. En la alto del Jaizkibel, con magníficas vistas, se yergue la Ermita de Guadalupe, a la que los locales peregrinan cada 8 de septiembre por la promesa de sus antecesores tras un ataque que sufrió Hondarribia.

Setenil de las Bodegas (Cádiz)

La geología y la arquitectura hicieron un pacto para moldear el trazado urbano de Setenil de las Bodegas, un pueblo en el que las casas se dan cabida tanto encima como debajo de la roca, lo que lo convierte, no solo en bellos, sino también en uno de los pueblos más curiosos de España. Y el responsable es su incansable diseñador, el río Guadalporcún, que ha dejado su huella a su paso por la Sierra de Cádiz. Hubo un tiempo en el que el río era la calle principal de esta localidad gaditana, donde los vecinos limpiaban las ropas y se daban baños. A su manera lo sigue siendo, con las riberas del cauce aprovechadas por los habitantes para instalar sus hogares.

En este mágico escenario jalonado de tajos destaca la calle Cuevas del Sol, donde las casas comparten espacio con las terrazas de los bares que reposan al abrigo de la roca. En paralelo y al otro lado del río Trejo, en el callejón Cuevas de la Sombra, el cielo queda completamente cubierto bajo la roca. Ambos forman parte de un trazado de origen medieval almohade, que rezuma también en la fortaleza que corona Setenil de las Bodegas en lo alto de la angosta Calle Villa. Desde él, la piedra caliza que vertebra el terreno se abre paso hacia una de las mejores postales del pueblo: las casas de cal blanca, los olivos de fondo y una monumental torre del Homenaje junto a la iglesia de Nuestra Señora de la Encarnación.

Hervás (Cáceres)

Pocos pueblos pueden presumir como lo hace Hervás de albergar una maravillosa judería, declarada Conjunto Histórico-Artístico en 1969. Aunque su origen se remonta al siglo XIV, todavía hoy es una de las mejor conservadas de España y ejerce de emblema de la localidad. Su corazón se ubica en la plaza de la Corredera, donde su fuente de piedra del siglo XVI se lleva la mayor parte del protagonismo. De ella parten coquetas callejuelas hechas para perderse e ir descubriendo lugares como la Travesía del Moral, reconocida como la calle más estrecha de España, con 50 cm de ancho, la pintoresca iglesia de San Juan Bautista o el Museo Pérez Comendador-Leroux, orgullo del pueblo.

Alzando la mirada se aprecian sus casas y fachadas balconadas tan típicas de la zona que aún conservan su arquitectura tradicional a base de adobe con entramados de madera. En muchas de ellas son visibles los emblemas y adornos con la simbología judía que dan fe de los habitantes que ocuparon esas viviendas siglos atrás. Fue tal la huella que dejaron y el peso demográfico que tuvieron que quedó reflejado en el dicho «En Hervás, judíos los más». Decorando las calles también es frecuente toparse con grandes macetas de plantas con exuberantes hojas que llenan la escena de color y tanto ayudan a suavizar las temperaturas cuando aprieta el calor.

Getaria (Guipúzcoa)*

Una roca en forma de ratón advierte de la llegada a Getaria. Lo hace imponente al final del puerto, rompiendo el trazo que dibuja la costa cantábrica a su paso por el País Vasco, entre Zarautz y Zumaia. En lo alto de la cabeza del ratón se alza el faro desde donde antaño se avistaban las ballenas y al que se puede acceder gracias a un tómbolo que hizo que el monte de San Antón dejara de ser una isla en el siglo XVI. De esa unión surgió la cola del Ratón de Getaria, que divide el litoral en dos pequeñas playas. A un lado, la tranquila y familiar Malkorbe. Al otro, Gaztetape, popular entre los surfistas. Entre ambas, cerca de donde los viñedos rozan el mar, se asoma amurallado el casco histórico.

Al fondo de su calle principal (Kale Nagusia) emerge la iglesia gótica de San Salvador, con su suelo inclinado y presbiterio elevado como consecuencia del terreno rocoso. Desde su torre, custodia los numerosos palacios góticos, barrocos y neoclásicos, entre los que destaca el de Aldamar. Ubicado en la parte alta, vio crecer al diseñador internacional Cristóbal Balenciaga, y su obra permanece allí, en un edificio anexo que hoy acoge su museo. Getaria también vio nacer a Juan Sebastián Elcano, el primer navegante que dio la vuelta al mundo en la famosa expedición de hace 500 años.

Frigiliana (Málaga)

Tierra de luz radiante y suelo fértil, La Axarquía se extiende en el oriente de la provincia de Málaga, entre el Mediterráneo y las sierra de Alhama, Tejeda y Almijara. Sus lomas están salpicadas de luminosos pueblos blancos y en ellas crecen la vid, el olivo y el almendro, junto a especies tropicales como la chirimoya, el mango y el aguacate introducidos en las últimas décadas. La generosidad de este territorio hizo que en él se asentaran diversas culturas a lo largo de la historia. Por aquí pasaron fenicios, griegos y romanos, aunque fueron los árabes quienes más imprimieron sus trazos tanto en la arquitectura, con pueblos de calles estrechas, sinuosas y empinadas, como en la gastronomía. 

Cuenta con la iglesia de San Antonio, cuyo campanario es el alminar de una anterior mezquita. El Barribarto, su núcleo antiguo, invita a pasear por calles de paredes encaladas adornadas con tiestos de flores, mientras se descubren escalinatas, pasadizos y patios escondidos, y rincones con azulejos que narran historias y leyendas locales. El pueblo se aferra a un cerro donde se confunden los restos de un castillo erigido en el siglo IX.

Cadaqués (Girona)***

La silueta encalada de la iglesia de Santa María preside desde el siglo XVII el cautivador pueblo de Cadaqués. El templo es tan marinero que fue edificada con su fachada mirando al mar. Pero los orígenes de este enclave son más lejanos. Se sabe que en el siglo X estaba habitado por pescadores tributarios de los monasterios de Sant Pere de Rodes y de Santa María de Roses, instalados aquí por la bondad del lugar como puerto de pesca y de coral.

La bahía de Cadaqués se encaja entre la Punta de Cala Nans al sur, presidida por un faro, y la isla de S’Arenella al norte, en dirección al Parque Natural del Cap de Creus. Hoy día es una delicia pasear por las calles empedradas y blancas que ascienden hacia la iglesia, entre tiendas, galerías de arte y algún hotel con encanto. O descender hasta el puerto, para comer mirando al mar. La luminosidad mediterránea de Cadaqués lleva décadas atrayendo a artistas que han pintado o escrito sobre sus rincones. El personaje más icónico es Salvador Dalí quien, nacido en la cercana Figueres, ya venía de niño. El Museo Municipal muestra obras suyas y exposiciones de pintores actuales.

Siurana (Tarragona)

Último reducto musulmán en tierras catalanas, Siurana logró resistir un asedio de meses gracias a su emplazamiento en lo alto de un risco, una atalaya de roca calcárea a la sierra del Montsant, el macizo de la Gritella y las montañas de Prades. La carretera que asciende hasta el pueblo no deja tiempo de tomar aliento entre curva y curva. Exigencias del desnivel y del terreno, dominado por las rocas que hacen las delicias de escaladores y de excursionistas que disfrutan caminando al borde de precipicios.

Taüll (Lérida)***

La tecnología ha hecho posible que los muros desnudos del ábside de Sant Climent de Taüll cobren de nuevo vida. Un estudiado juego de luces descubre una de las mayores obras pictóricas del románico: el Pantocrator, un tesoro que se conserva en el Museu Nacional d’Art de Catalunya, en Barcelona. Esta iglesia es uno de los nueve templos del Valle de Boí reconocidos por la Unesco como Patrimonio de la Humanidad el año 2000. Pero el pequeño pueblo de Taüll no tiene una sino dos joyas del románico: la iglesia de Santa Maria, en la plaza central, que exhibe una pintura mural de la Epifanía.

Ambas son de la misma época, consagradas con un día de diferencia en diciembre de 1123. Su estilo lombardo las hermana con el norte de Italia, de donde procedían los maestros que edificaron los templos de Boí por orden de los señores de Erill. En esa época Taüll era uno de los accesos más transitados al valle, de ahí su nombre, que deriva de la expresión vasca Ata-Uli, «el pueblo del puerto». La localidad llegó a tener una tercera iglesia, Sant Martí, de la que solo quedan algunos restos.

Fornalutx (Mallorca)*

La fama como uno de los pueblos más bellos de España precede a Fornalutx. La belleza del conjunto hace que, aunque vinculado a la cercana y modernista localidad de Sóller, Fornalutx no quede eclipsado. Hay que prepararse para subir y bajar por sus callejuelas estrechas y empedradas y no morir de envidia ante cualquiera de las preciosas casas de porticones verdes que contrastan con el color de la piedra.

Aunque parezca contraproducente, de vez en cuando se debe caminar mirando hacia arriba, pues los aleros de Fornalutx guardan secretos. Según una tradición, las tejas acogían diferentes dibujos de elementos geométricos, vegetales, animales o humanos. La calle Metge de Mayol–en realidad, una escalera– es el epítome de la belleza tocada por el viento de la Tramuntana. Para recuperarse de este síndrome de Stendhal mallorquín nada como reposar al fresco de las terrazas de la Plaça d’Espanya.

Bocairent (Valencia)

Habitado desde el Neolítico, fueron los árabes quienes aportaron a Bocairent su peculiar entramado urbano de callejuelas y casas encaramadas. En lo alto erigieron una fortaleza árabe, sobre la cual en el siglo XVIII se estableció la actual parroquia de Nuestra Señora de la Asunción, que aparece imponente al final de la calle de la Abadía. Un edificio anexo da la bienvenida al Museo Arqueológico municipal con una clase de historia que va desde el Paleolítico superior hasta la Edad Media. Bien cerca, la plaza del Ayuntamiento da inicio a la conocida Ruta Mágica, que recorre todo el perímetro del casco histórico en un juego de a dos con el visitante.

Alarcón (Cuenca)

Hay muy pocos lugares en el mundo en los que sea tan sencillo explicar el porqué de un emplazamiento como en Alarcón. Y es que esta hoz revirada y caprichosa trazada por el río Júcar lo tiene todo para ejercer de baluarte defensivo. Es muy probable que casi todas las civilizaciones que han poblado La Mancha se dieran cuenta de esta ventaja, pero fueron los árabes quienes, en el siglo VIII, levantaron una primera fortaleza en tan imponente ubicación y, además, le pusieron nombre al lugar. Eso sí, lo primero que se observa al llegar al mirador exterior del pueblo es una maqueta impoluta del perfecto castillo cristiano. Es entonces cuando el viaje se convierte en épica y la visita, en conquista. 

https://viajes.nationalgeographic.com.es/a/pueblos-mas-bonitos-espana_10107

Los 16 pueblos costeros más bonitos de España - Lonely Planet

En Verde son  los que he visitado, algunos no estan como recomendados porque solo hice una parada no los conozco bien

* Recomendados

** Recomendados y ademas comi bien y me lo pase bien

*** Imprenscindibles, en varios de ellos he repetido varias veces




 

 

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